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Luis Ricardo Guerrero Romero

Nadie besaba su boca, ella era solamente un estuche del placer, ser puta no es un trabajo sencillo aquí en nuestra localidad. Muchos pasan la vida suponiendo que, oficio antiquísimo es resultado de nuestra pedestre moral que antes no había sido moldeada por la educación. Se equivocan, aquellas personas que no conocen de putas no han probado el placer insistente, y más aún persiste su ignorancia al evadir reunirse con ellas, junto a ellas, encima de ellas.

Mi oficio de ministerial me ha dado para saborear muchas cosas que este mundo oferta, pero también me ha llagado con situaciones que prefiero no recordar, sin embargo, al calor de unos tragos siempre regresa en mi mente la imagen preclara de Daniela Colunga, quien además de ser una amante de la escritura sin ni siquiera haber concluido la prepa, era una aficionada de la fotografía y una puta ejemplar.

Fue el día en que le hice la última video llamada, cuando me enteré de que ella tendría que morir, y que yo habría de ser su verdugo (ni hablar, chamba es chamba). Había quedado concertada la cita y al llegar al domicilio particular, en una calle de nombre Arista, ella me abrió la puerta con el mismo misterio con que se abría frente a mi parte yerta. Sentados en la sala comedor rodeado de un aroma a café comenzó a leer: “En las orillas del cuaderno de recetas al lado del margen colorado unas palabras se ahogaban en ideas saborizadas que declaraban la rendición”. Los escritos de Daniela Colunga estaban desde la primera página hasta la última hoja del recetario, y algunas veces estas palabras se podían oler con un dejillo amarillo mantequilla. Ella, la puta de Daniela redactaba frases, citas, eran escrituras coniformes, signos más signos, emojis, eran las iniciales de una historia que sin querer leí por sus labios los cuales nadie besaba al hacerle el amor. Todo consistió en insistir en lo que siempre ha persistido. Insistir en besarla por última vez, porque allí está ella y su boca esperado.

El sexo persiste pese a tanta mordaza, es así debido a que el hombre insiste en su glorioso triunfo, pero ¿qué es el triunfo? Sino un accidente del tráfico humano. También el accidente persiste, no lo escatima el cuidado ni la precaución, nada puede con él, debido a que el hombre insiste en ser hombre y nada más que hombre, desde ahora estamos solos, completamente solos, comentó Sartre, pero yo le platicaba a mi mente que tenía la comisión de matarla y fingir que todo fue accidente, quedaría solo. Vacío otra vez sin ella, como cuando estaba antes de conocerla. Entonces lo hice, y se acabaron los escritos bellos de Daniela, aunque todavía viven insistentes en mi mente, y persistentes cuando unos tragos amargos convocan su puta presencia.

Fue un accidente, así declaró el ministerial de relato leído, y así murió Daniela, pensando que todo ocurrió por el azar. No obstante, hay de accidentes a accidentes, los hay los de muerte y los hay los de estudio, como los gramaticales; los accidentes de la materia aristotélicos. Todos estos insisten en persistir.

E insistir, de manera lacónica se observa a partir del latín: insisto, ponerse en un lugar de modo determinante, sin embargo, esta palabra surge de una bina interesante, in como preposición ya de lugar, ya de tiempo; junto a situs: puesto, situación o bien colocado, de allí sitio; quedarse en un lugar o tomar una posición tajante, como Daniela y su oficio. Del mismo modo persistir conserva la misma idea, pero con prefijo per en torno, alrededor de una situación durar. Insistir y persistir son compañeras de la constancia, ambas se elevan en el grado del quehacer cotidiano, la primera pide una vez y otra vez, la segunda contagia todo, tal como aún vive contagiado del recuerdo de Daniela Colunga aquel su cliente ministerial.

Persistir insistente, es la idea que me recuerda a López Velarde en “La flor punitiva”: Una y otra vez envenenado en el jardín de los deleites, no asomaron ni la desesperación, ni la venganza, ni siquiera un inicial disgusto. Antes bien, germinó la solemne complacencia de los señalados por la diosa. Pero también me recuerdan a Daniela Colunga Mancilla en su displicente desaparición.