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Plan de San Luis: oro de corneta

Óscar G. Chávez

N ada más dramático en la brillante carrera de cualquier personaje que experimentar un revés frente a un momento glorioso. La historia patria, recordemos, está llena de ilustrativos y pesarosos ejemplos de estos hechos.

Entre éstos destacan de una manera permanente los que ocurren con regularidad cada seis años en las más altas esferas de la política; el ancestral rito del tapado es el que al tiempo que desplaza y envía al abismo a los aspirantes a suceder en el cargo al presidente en turno, cubre de gloria al que es ungido como su sucesor.

Consideremos los casos de los secretarios de estado de Ruiz Cortines, quien en perverso juego se dedicó a darles esperanzas y hacerles creer que eran los elegidos. Recordemos también la estrepitosa caída del gobernador sonorense Biebrich, en el cenit de su esplendor, luego de las perversas y celosas intrigas orquestadas por algunos miembros del gabinete echeverrista.

El ámbito local no está exento tampoco de estos casos; bástenos mencionar el reciente proceso electoral, en que algunos de los aspirantes priístas a la gubernatura vieron truncados sus apostólicos anhelos y fueron desplazados por el actual gobernador electo. La inquebrantable lealtad y obediencia a los dictados del partido se vio lacerada cuando algún frustrado y resentido diputado con licencia decidió contender como candidato de un partido de izquierda.

Es comprensible, nada queda a un hombre con tales aspiraciones que ve truncadas sus ilusiones de grandeza de esa manera. Difícil es suponer qué pasará por la mente de quien ve castrados sus sueños de reconocimiento y poder. Finalmente el reconocimiento público implica un posicionamiento social, que de la mano trae al poder.

* * * * * *

En esta ocasión, sin embrago, no fue una carrera política la que se vio afectada por los dictados de una camarilla de patéticos actores que aspiran a parlamentarios de primer nivel; de nueva cuenta la actual legislatura potosina vertió sobre sus propias personas el contenido del balde de la ignominia y se autoasestó uno de los últimos golpes de desacreditación frente al pasivo pueblo potosino.

Nada tan indigno y patético como hacer del conocimiento público la entrega de la más alta presea que a manera de reconocimiento otorga el Congreso del Estado, y por ende el pueblo potosino, a algún personaje destacado en los campos de la cultura magnificada a través del servicio a su estado.

En esta ocasión, sin embargo, pareciera que los actuares pasados del tristemente famoso Chógono (el re-culo) sentaron sus reales en la cámara local y dieron marcha atrás a la entrega de la presea Plan de San Luis, conferida en inicio al rector de la UASLP, Manuel Fermín Villar Rubio.

Lamentable y vergonzante, para la investidura de estos mediocres vividores del presupuesto, y para el pueblo en general, resultan estos actuares; no por el personaje de quien se trata, sino por lo que implica una decisión de este tipo. Tratemos de imaginar cuál será la actitud del nuevo agraciado con la presea, frente al otorgamiento de la misma.

Considero que por elemental dignidad, de legisladores y candidatos, o debería señalarse como desierta, o bien el agraciado debería rechazarla en total muestra de dignidad porque su elección implica por un lado el desplazamiento del anterior agraciado, y por otro el reparar en que él no fue considerado en su momento y por consiguiente rechazado. En otras palabras se trata de otorgar un premio de consolación para subsanar una estupidez mayor, a un segundo sin primero.

Dentro de este irrisorio contexto, debemos también cuestionar la incapacidad del Congreso para elegir a algún ciudadano potosino que realmente merezca una condecoración de esta magnitud. Sin menoscabo de la imagen y carrera profesional del arquitecto Villar Rubio, es          pertinente señalar que no tiene méritos extraordinarios como para ser acreedor a la presea.

La carrera del actual rector, analizada sin apasionamientos es menor que la de cualquier académico universitario que ha dedicado la mayor parte de su vida a la docencia y la investigación, cuántos de éstos pasan desapercibidos por haberse mantenido fuera de los reflectores, y sin embargo en sus campos de trabajo han contribuido de una manera notable al engrandecimiento de nuestra máxima casa de estudios. Sin embargo éstos no fueron considerados por no llevar adjunto un cargo de relumbrón.

El dirigir los destinos de la UASLP no implica aprovechar el encargo para cubrirse de fuegos fatuos y posicionarse a costa de ellos; ya en el pasado inmediato vimos a un rector que utilizando a la institución y a las instituciones con ella vinculadas, supo –o creyó– empoderarse falazmente para impulsar sus estériles aspiraciones personales. Una alcaldía nugatoria que lo ha mostrado como es en realidad: un hombre sin escrúpulos, sin valor suficiente para mejorar su municipio, y carente de todo oficio político frente a las imposiciones de su propio partido. Lacayo de verdaderos políticos que lo han evidenciado como a un pelele.

Así, pareciera que lejos de afectar a Villar Rubio, aunque supongo, sí causó en su persona cierto daño moral, la decisión de los ignominiosos diputados, lo libera de un lastre con el que siempre hubiera cargado: utilizar su puesto, y utilizar a la UASLP, para recibir una presea que ya puede ser considerada como una especie de medalla de oro de corneta otorgada en mediocre competencia de bachillerato; o bien utilizada para honrar la memoria de un auténtico dictador caribeño –hasta fenotípicamente– como lo fue Carlos Jonguitud.

La caída del pedestal del rector, al tiempo que a él lo libera de un horrendo grillete de compromisos y vanidades, vuelve a colocar a los legisladores potosinos en su justo nivel y en sus precisas dimensiones; descerebrados e incapaces para ejercer un cargo que les permite lucrar y vivir como lo que son: parásitos. Esperemos que cuando concluyan su encargo pasen a formar parte del comité de la Trayectoria de Éxito.