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Proteccionismo fariseico

Óscar G. Chávez

Gran indignación ha causado la colocación de unas modernas y simétricas bancas de metal y madera en el tramo comprendido en la calle de Venustiano Carranza, entre las de Bolívar e Independencia. Bancas, señalan los especialistas, que nada tienen que ver con la esencia colonial de la ciudad.

El dislate estético, según ha expresado el presidente municipal, es vicio de la anterior administración, lo cual desde luego pone una vez más en evidencia la inconmensurable imbecilidad e ignorancia de Mario García Valdez, quien pese al prestigio –comprado– como rector, no supo rodearse de un buen grupo de asesores en materia de urbanismo, y creo que en ninguna otra.

De cualquier forma la actual administración se excede en satanizar a la que le antecedió; pareciera que aquella fue la única responsable. Supongo, de cualquier forma, que antes de ser colocadas las bancas, éstas fueron mostradas a una dirección de imagen urbana, misma que autorizó su instalación, de no ser así, entonces estamos de nueva cuenta frente a una autoridad municipal a la que rebasan las decisiones unilaterales de los proveedores.

Si no fuera así, y haber tenido en su momento conocimiento de las bancas que iban a ser instaladas, no sólo en Carranza, sino en todo el centro histórico, por qué se permitió iniciar con esos trabajos. Pareciera que se tratara de una acción concebida para lograr que la ciudadanía se fijara en ellas, las repudiara, y con posterioridad atacar al peroxidado ex alcalde.

Devolver la imagen colonial a nuestra ciudad es la premisa de Ayuntamiento actual, según se aprecia en las eruditas declaraciones de nuestro alcalde, quien habla de bancas y postes basados en la época colonial. Sabrá acaso, al parecer nadie se lo ha dicho, que en la época colonial no había postes de luminarias eléctricas; sabrá que las bancas que tanto defienden y que pomposamente llaman de herrería, son producto de un modelo de fundición de los años cuarenta, y que por cierto, también son bastante feas.

Seamos realistas, San Luis Potosí es una ciudad de traza y vocación virreinal, sí, pero de ella poco queda, son los mismos gobiernos y autoridades –ésos que ahora se rasgan las vestiduras– quienes se han encargado de permitir su destrucción y degradación a cambio de ofrecernos una ciudad moderna y de vanguardia.

La fisonomía actual de nuestra ciudad es la de cualquier ciudad decimonónica-porfiriana, poco o nada queda de la estructura virreinal, lo poco que sobrevivió a la piqueta de la reforma juarista, y a las transformaciones modernizadoras del porfiriato, han sido los gobiernos, encomendando su ejecución, a arquitectos e ingenieros de renombre, los que se han encargado de terminar con ella.

Hoy nos encontramos frente a un delegado del Instituto Nacional de Antropología e Historia que pontifica sobre unas bancas, laudémonos; pero por qué en su momento no se detuvo la mano destructora del presbítero encargado de los templos de San José y del Santuario de Guadalupe, que ordenó realizar esperpentas y antiestéticas alteraciones a sus interiores.

Por qué no detuvieron al párroco criminal que decidió reemplazar el pavimento –espantoso, también– del templo parroquial de San Miguelito y sepultar bajo el moderno las lápidas de los ahí enterrados. Se pierde más historia con estas benditas imbecilidades que con la instalación de unas simples bancas.

Ninguna autoridad dijo nada cuando en la antigua casa de la familia Gonthier, ubicada en la esquina de las calles Díaz de León y Madero, se sustituyó el antiguo pavimento para colocar en su lugar un vitropiso sin mayor gusto y atractivo que el brillo de su acabado; tampoco nada se dijo cuando se autorizó el incremento de un nivel en su azotea. Es evidente el por qué de los hechos, nada se iba a negar a la Universidad de la que formaba parte el entonces secretario de Educación, ahora vecino cercano del inmueble.

En el mismo sentido vale la pena preguntar a la misma autoridad, cuál fue el motivo por el que se permitió la construcción de un edificio destinado en origen como comandancia policiaca en las inmediaciones del centro histórico, considerando que se levantó en los cauces de la vieja Corriente y que también rompe con el entorno de la ciudad colonial.

La lista podría ser extensa, y quizá deberíamos agregar el que se coloque sobre las calles que se repavimentan una capa de concreto bajo el adoquín que se colocará posteriormente ¿eso no arruina la vocación colonial de nuestra ciudad?, consideremos que en el virreinato no se utilizaba el concreto, es más, ni el adoquín, el cual es una ingeniosa adecuación agregada en los años cincuenta.

Aquí pudiéramos preguntar a los que usamos vehículos motorizados, privado o público, si realmente nos importaría que el empedrado de vocación colonial fuera remplazado por moderno concreto para otorgar un desplazamiento más uniforme a nuestros vehículos y que contribuyera a incrementar la vida de su suspensión. Evidentemente, y aunque de ello dependiera la esencia de nuestro centro, un 90 % estarían de acuerdo en que le diéramos fin.

Esperemos que estas intenciones por volver a los orígenes coloniales de la ciudad no hagan que nuestro alcalde piense en reemplazar las patrullas por carruajes tirados por percherones, y decida vestir a las policías a la usanza de los serenos con gorguera, capa y espadín. Pero sí así fuera, colocaría farolas de combustión a base de aceite o petróleo, y ya no se quejaría por las luminarias suscritas a un contrato leonino por Mario García. Bueno, desde hace bastante tiempo guardó silencio sobre el tema, pronto sabremos el motivo real.

Todo en nuestro centro se reduce a unas simples bancas, nadie repara –al menos el alcalde y el delegado del INAH-– en los deterioros causados por el comercio informal y ambulante de nueva cuenta fomentado y solapado por el Ayuntamiento; en el incremento de basura; en las camionetas de policías y guardaespaldas de funcionarios estacionadas sobre las banquetas; en el descuido de jardines y plazas; en el mal aspecto que dan los policías encargados de oficinas y de efectuar rondines a pie encadenados permanentemente a los teclados de sus teléfonos móviles.

Es de verdad fariseico nuestro falaz proteccionismo historicista, nos indignamos por unas simples, y sí feas, bancas, pero nadie se indigna ni dice nada, frente al ofensivo color amarillo pollo que se coloca como distintivo de la administración, en obras, oficinas y  vehículos municipales, y que amenaza con contaminar toda la ciudad.