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Pilar Torres Anguiano

Dice David Brading que la historia de México comienza siempre con un mito y culmina en profecía, ‘…pero del mito al mitote hay un paso y a los mexicanos lo que nos encanta es el mitote’. Así decía mi maestro de historia; pero si vamos a hablar de mitotes, mejor hacer referencia al origen del término, el cual –según leí– es náhuatl y se refiere a una danza ceremonial ancestral.

Actualmente la etnia Tepehua sigue realizando la Fiesta del Mitote: un chamán dirige la ceremonia en la que el pueblo ejecuta una danza alrededor del fuego para pedir que haya buenas cosechas. Uno de los puntos culminantes es cuando se bendice a los niños y niñas que ese año se convierten en adultos y continuarán con la tradición, renovando el ciclo. Así, el mitote marca el inicio de la siembra y al mismo tiempo es un componente esencial de la identidad de todo un pueblo. Ese es precisamente el papel de un mito. Los mexicanos lo sabemos bien porque estamos inmersos en ellos aunque, paradójicamente, también nos enseñaron en la escuela que los mitos son solo una explicación fantasiosa sobre algún fenómeno, que inventaba la gente de la antigüedad.

Hoy en día, la connotación que se le da a la palabra mito es la de sinónimo de mentira y un mitómano es aquella persona con la inclinación patológica de inventar historias  (aunque ‘las mentiras siempre dicen la verdad’, dice una canción de Enrique Búnbury).

Max Weber refiere que en la sociedad moderna hay un proceso de desmitificación de la vida que consiste en la secularización de las creencias y los valores en el estilo de vida público y personal. Pero más allá de su desmitificación o a pesar de ella –y de la miopía cultural de nuestros tiempos– la vida en la tierra se renueva constantemente y el inicio de la primavera es un símbolo de renovación. Así lo enseñan los griegos a través de Deméter, la madre universal, diosa de la tierra y la fertilidad.

Su hija Perséfone fue raptada por Hades para hacerla su esposa. Deméter, desconsolada, recorre la Tierra buscándola, pero no hay rastro de ella. Nada logra que la diosa madre vuelva a sonreír, por lo cual todos los campos se secan y el mundo se marchita. A través de Hermes, su mensajero, Zeus pide al dios del inframundo liberar a su prisionera a fin de que se restaure el equilibrio en la naturaleza. Hades acepta, pero antes obliga a Perséfone a comer de unas semillas que le harán retornar siempre con él. Deméter recibe a su hija con alegría, pero al enterarse de la trampa de Hades, debe aceptar su destino: Mientras Perséfone está en el inframundo, en el mundo será invierno, y cada vez que vuelva a la tierra, su madre hará que la naturaleza vuelva a vivir.

En prácticamente todo el mundo se celebran los solsticios y equinoccios que indican la relación fundamental entre el transcurso del sol y la vida de los mortales. No importa que realmente el sol no se mueva. La idea central permanece y la historia de Deméter nos recuerda que todo es cíclico. Así, cada año los mortales vemos cómo Perséfone resurge del inframundo en forma de hierba y flores.

Independientemente de los avances científicos. Un mito integra experiencias, rituales, sueños, costumbres y los organiza en un relato que busca el sentido a la vida de un individuo, de una cultura y, a veces, del mundo entero. Carl Jung habla de una tendencia innata a generar imágenes con intensa carga emocional que expresan la primacía relacional de la vida humana. Es decir, es un hecho que las palabras y el pensamiento no nos alcanzan para expresar lo que intuimos y lo que conocemos, por eso el recurso del mito sigue presente en la base de la cultura.

Gadamer entiende que un mito es un modo de comprensión que cuenta con “la posibilidad de que el verdadero orden de las cosas no es hoy o será alguna vez, sino que ha sido en otro tiempo y que, de la misma manera, el conocimiento de hoy o de mañana no alcanza las verdades que en otro tiempo fueron sabidas”. La verdad que revela el mito es atemporal.

Creo que se nos va demasiada fuerza en empeñarnos en oponer la razón a la fe, los hechos a la poesía, la realidad al mito y la ciencia a la filosofía. Si, en vez de eso, pensamos el mito como un relato que encierra una verdad universal que va más allá del discurso racionalista, habremos avanzado en lo que Heidegger llama el des-ocultamiento del ser. Hay un mundo más allá de lo que percibimos.

Mientras escribo estas líneas, en el lugar donde me encuentro en este momento, escucho indirectamente la historia de una mujer que busca a su hija desaparecida. Mi primera reacción es sentir una especie de culpa por pensar en filosofía, mientras el mundo para alguien más se está cayendo a pedazos. Entonces viene a mi mente de nuevo el relato de la diosa madre que llora por su hija, marchitando la tierra. Me doy cuenta que yo, y todos los demás debemos seguir nuestro trabajo, pero eso no implica que mi corazón no esté con ella y todas las madres que, como Deméter, esperan –en un invierno permanente– el regreso de sus hijas, desaparecidas por el machismo y la violencia contra las mujeres. Ojalá que para ellas también regrese la primavera.

@vasconceliana