Óscar G. Chávez
R odolfo abordó el tren de una forma muy agresiva, la mayoría de los que viajábamos en ese vagón así lo hicimos; no había otra manera. Algunos habían fracasado en el intento sin lograr asirse con éxito del ferrocarril que quizá cambiaría su destino. La aglomeración de viajeros aún a la intemperie producía un muy peculiar aroma difícil de no percibir; orines, sangre, sudor, y vómito, se mezclaban con los olores de los alimentos que eran ingeridos sobre la plataforma. El tren aún no era conocido como la bestia; estación de Lechería, fines de la década de los noventa.
Para algunos el viaje había iniciado en la frontera sur del país, otros se habían incorporado en algunas paradas posteriores; la gran mayoría de los paseantes eran centroamericanos, recuerdo con detalles a un dominicano. Pocos de los aglomerados éramos mexicanos; y aunque sólo en un caso el motivo del recorrido era otro, la meta sin excepción era llegar a la frontera norte. Irónico resultaba que mientras muchos de los compañeros de viaje pretendían hacerse pasar por mexicanos, un estudiante de humanidades que tenía necesidad de elaborar un diario de campo decidiera hacerse pasar por guatemalteco; complicado por el manejo de algunos modismos, pero nada que no se pudiera solucionar con un poco de charla constante con los chapines.
Trabar amistad con los viajeros no resulta difícil, no cuando se puede compartir con ellos algunos alimentos o bebidas; el resto lo hacen la habilidad para entablar conversación y la identificación con las causas que obligaron a emprender el viaje. Después aparecerán similitudes familiares, económicas y laborales que permitirán establecer mayores vínculos empáticos con los circunstanciales compañeros del recorrido.
Fernando, un joven hondureño que no llegaría a los 25, solicitó que no arrojara el pequeño sobrante de Alas que estaba a punto de irse a las orillas del terraplén. Mientras mentalmente surgía la interrogante sobre qué lleva a alguien a solicitar la parte más húmeda de un cigarro, la plática entre él y Rodolfo fluía. Así éste hizo saber que era de Veracruz, de un pueblo llamado Río Blanco, donde en tiempos de don Porfirio hubo una matazón de los que trabajaban en la fábrica. Entre ellos andaba un hermano de mi abuelo, se hizo el muertito y cuando andaban juntando los fiambres se pudo pelar; nunca volvió al pueblo y decían que se había ido pa´ Tabasco a la caña.
Fernando parecía conocer la historia, no en esa región de México, pero por sus comentarios se supo que eran cosa común en el campo catracho. Era mejor permanecer al margen y tratar de averiguar más sobre los singulares interlocutores.
Difícil resulta apropiarse de una identidad ajena; las lecturas sin embargo nunca dejan desprotegido: Guatemala, país agobiado por la violencia y la inseguridad, más la inestabilidad económica de la familia eran lo que obligaban a cruzar el Bravo. Allá todo sería fácil; la plata en forma de dólares fluiría y luego habría que regresar con lo guardado para ayudar a la familia. La familia, recuerdo permanente en el corazón del transterrado.
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No es necesario ser un apasionado de la historia de México para saber que dos de las represiones más brutales en contra del movimiento obrero ocurrieron a principios del siglo XX, durante la gestión presidencial de Porfirio Díaz. Cananea, 1906; Río Blanco, 1907.
En ambos casos resulta aberrante la desmedida acción gubernamental ejercida contra mineros y obreros textiles que exigían mejores condiciones laborales y un razonable incremento salarial. Mientras en Río Blanco intervino la fuerza militar naval, en el caso de las minas de Cananea en Sonora, presenta la agravante de haber sido permitida por parte del gobierno local y nacional, la injerencia de una fuerza policial extranjera –como eran los rangers enviados de Arizona– a pedimento del propietario de la minera y del cónsul estadounidense.
La violencia alcanzada en ambos lugares fue de tal magnitud que dejó una buena cantidad de muertos; la gran mayoría de los detenidos fueron trasladados a las lóbregas celdas de San Juan de Ulúa. Muerte o prisión eran las formas habituales de castigar la inconformidad social en aquellos años. Años que parecen haber revivido.
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El recorrido concluyó en Escobedo; un fortuito pretexto derivado de un problema de salud generó el motivo perfecto para no continuar con los dos personajes quienes prosiguieron el viaje. El regreso a casa, ya sin la falacia de identidad a cuestas, pero con las crudas imágenes que habrían de perseguir un buen tiempo, fue cosa fácil; siempre resultará mayor la comodidad ocasional de un camión de carga detenido con la convincente señal del pulgar, a una descubierta e insegura plataforma de ferrocarril.
San Luis Potosí, 2010. Curiosa mezcla de acontecimientos generaron el tránsito de Fernando por la ciudad; el regreso a su país no era fácil. La ilusión de la mejora económica derivada de su colocación en el mercado laboral estadounidense, sólo quedó en eso; ilusión.
Él y Rodolfo continuaron el recorrido hasta Baja California; uno decidió quedarse en su país, al amparo de las personas y el idioma que conocía, el otro con mayor espíritu de aventura, logró cruzar la línea y llegar hasta San Isidro, donde encontró algunos trabajos que eventualmente le permitieron desplazarse a algunos pueblos cercanos. La comunicación entre ellos nunca desapareció; el esperado y aplazado regreso los volvió a reunir; Rodolfo con sus oraciones lo acompañaría desde allá.
Fernando no continuó el viaje a su país; San Luis Potosí se convirtió en su hogar de planta. Nada que una credencial electoral al gusto del cliente no puede resolver; un alma generosa le dio trabajo de planta en un rancho donde se necesitaba un hombre orquesta. La comunicación con el amigo ausente continuó; hoy media no sólo un número telefónico, sino también un correo electrónico que ha compartido y que permite detallar conversaciones entre aquellos tres que en algún momento fueron compañeros de viaje.
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Las cosas, mi estimado, están de la chingada. No creo que las cosas salgan en las noticias como en realidad están pasando por acá. Le decía a Fernando que los cabronazos son del diario, y el pinche gobierno lejos de aplacar esto aumenta las madrizas contra los trabajadores.
El primer día que se soltaron los madrazos yo metí a tres a la casa y ahí los escondí dos días; los puercos se están cargando a los que logran tumbar a madrazos, ya en las patrullas los siguen chingando y en la preventiva dicen que más.
Hay mucha gente de Oaxaca y de Veracruz, también de Chiapas y Chihuahua; todos andan sobre lo mismo, chingarle para llevar algo a su casa, pero los sueldos no ayudan en nada. Creo que si yo no estuviera en el jale que tengo y que conseguí desde el principio, pues también andaría con la raza.
No hay motivo para que estén castigando a los que andan en el desmadre de las protestas, pero ya ves que el gobierno es bien cabrón y sólo cuida el interés de los que los explotan. Están bien organizados y dicen que van a impedir que se manden productos al gabacho. Quien sabe cómo se ponga la cosa luego, ya te cuento.
Los putazos estuvieron bien fuertes el jueves, no sólo cayó la tira, sino también los sapos; los periódicos dicen que agarraron a 200, pero dicen en la calle que deben ser más. Pues a ver qué pasa; si te quieres lanzar para acá pos te acomodo y platicas con la banda a ver que les sacas.
La pregunta es la que siempre te hice, por qué el gobierno siempre tiene que estar chingando al más pobre y se pone siempre del lado de los que tienen. No se les debería olvidar que ellos tienen por lo mucho que los chingan, no por otra cosa.
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Nada hay que agregar al texto anterior; es la percepción de una persona que lo ve de cerca y expresa su opinión de acuerdo a su legítimo sentir. Pareciera que se regresa a los inicios del siglo XX, donde la fuerza de la represión gubernamental solapa el sistema de explotación laboral, que casi raya en la esclavitud.
Absurdo por demás resulta que un partido que se ha ostentado siempre como heredero y garante de los procesos revolucionarios que permitieron la elaboración de una carta magna que garantiza una digna situación laboral, se conduzca de una manera en la que se lesionan los derechos laborales y humanos del individuo.
Queda la interrogante formulada por el anónimo interlocutor epistolar: por qué el gobierno siempre tiene que estar chingando al más pobre y se pone siempre del lado de los que tienen.