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Federico Anaya Gallardo

Conquistar y dominar lo salvaje y a los salvajes es la vocación que Gonzalo N. Santos reconocía para él y sus ancestros criollos en la Huasteca. Cuando, en 1913, se enroló como revolucionario (siendo un adolescente de 16 años) justificó su decisión alegando un “arreglo de cuentas” con los enemigos de su familia en la región. Las memorias del gran cínico están llenas de juicios en contra de ciertas familias de la Huasteca, como los Martell y los Vidales –para él, nuevos salvajes que se aliaban con los enemigos externos. En 1920, teniendo Gonzalo 23 años, le tocó representar al obregonismo triunfante en Tampico –cuyo Ayuntamiento acababan de ganar los carrancistas. Sigamos al Alazán Tostado en su relato.

Primero nos cuenta que, llegando al puerto, lo primero que hizo fue liquidar cuentas de la “partida” con un socio suyo, Bartolo Rodríguez, quien “era el dueño de la banca, la ruleta y demás utensilios necesarios para distraer sin discriminación alguna a extranjeros y nacionales”. En esa ocasión, las ganancias del casino para Gonzalo llegaron a treinta mil pesos oro, mismos que guardó en una “cajita de rebozo” –esa bella pieza de artesanía de las tierras altas potosinas. (Vida Azarosa, pp. 223 & 224.)

Luego nos cuenta que el Ayuntamiento del puerto estaba formado por “gente llamada decente, que se componía de esos tipos que no dan color, oportunistas que nada arriesgan y que todo quieren aprovechar, encabezados como presidente municipal por el doctor Carlos Canseco, asesorados por el muy listo, muy bribón y muy desleal doctor José Manuel Puig Casauranc”. (Vida Azarosa, p. 223.)

La cosa es que una comisión encabezada por Puig buscó a Santos al poco de que éste había llegado a Tampico. Puig le explicó al delegado político de Obregón: “«Mi querido Gonzalo, el ayuntamiento nos ha enviado a verlo a usted porque los obregonistas exaltados quieren su disolución; este ayuntamiento, como usted sabe, no es carrancista ni gonzalista ni obregonista, … Nunca antes había habido en Tampico un cuerpo municipal tan selecto, distinguido y honorable y no se vería bien que fuera atropellado por los revolucionarios triunfantes»”. (Vida Azarosa, pp. 223-224.)

El otro comisionado era Elpidio Barrera –quien era el cajero de una agencia aduanal que Santos y sus hermanos tenían en Tampico– y quien complementó lo expuesto por Puig del siguiente modo: “«Traigo la comisión de entregarte de parte del ayuntamiento este obsequio que esperamos aceptes, pues tú andas arriesgando tu vida y prestando no tan sólo tus servicios al movimiento obregonista, sino que a mí me consta, porque soy tu tesorero en la Casa Ruiz, que desde el principio de la campaña te ha ocasionado fuertes gastos y es justo que cuando menos en una pequeña parte te sean resarcidos; acá te entregamos de parte del cabildo estos cinco mil pesos oro nacional»”. (Vida Azarosa, p. 224.)

La respuesta de Santos fue ir a su habitación, sacar la cajita de rebozo con los treinta mil pesos oro y llevarla adonde estaban los comisionados Puig y Barrera. Santos vació la cajita en la alfombra mientras les decía: “«Quiero decirles a ustedes, para que lo sepan, si es que lo ignoran, que yo soy bandido y los bandidos no nos vendemos, se vende la gente honrada como ustedes, de modo que búsquense a un honrado para que lo compren, pues les repito, yo soy bandido y no me vendo. … Son ustedes dignos enviados de ese grupo de hipócritas y cobardes que se colaron en los últimos días del carrancismo, y que ahora se quieren colar en la nueva situación. … Miren ustedes, este dinero es producto de mis tropelías, de mis peligros, de mis luchas, pero nadie me compró con ese dinero, lo adquirí por propio derecho y no se lo quité a nadie, pero no es producto celestial sino ganado y adquirido como ya les digo, con mi derecho de triunfador»”. (Vida Azarosa, p. 224.)

En los 1970, cuando publicó sus memorias, Santos explicaba por qué rehusó el dinero que le ofrecieron Puig y Barrera: “¿Por honradez? ¡No!, por arrogancia, pues yo mismo siempre me he proporcionado los ‘viáticos necesarios’ y a veces un poco más, por eso nunca he necesitado de dádivas en dinero”. (Vida Azarosa, p. 225.) El Pelón Tenebroso –como sería llamado con azoro y respeto años más tarde– nos explica que Puig y Barrera debieron huir de Tampico cuando los obregonistas disolvieron el Cabildo, pero que en la capital federal lograron colarse de nueva cuenta en la gran política y ambos lograron ser electos diputados federales por el Partido Cooperativista en 1922. Más adelante, Puig desertaría del cooperativismo y apoyaría al callismo, igual que Santos, pero este último siempre pudo alegar que él era un “viejo creyente” mientras que Puig era sólo un arribista.

Santos estaba muy claro de su posicionamiento ético aún cuando su ética no coincidiese con la de los demás. Desde un principio había declarado sus valores (anti-valores para el resto de la sociedad) y vivía de acuerdo con ellos. Por eso es interesante que, en las mismas páginas que dedicó a relatar el intento de soborno del desleal Puig, Gonzalo relatase otra anécdota, no suya, sino de un hombre que ya entonces estaba colocado en sus antípodas éticas: Aurelio Manrique de Lara Hernández.

Manrique era un abogado hijo de abogado. Su padre (Aurelio Manrique de Lara López-Portillo) había sido durante años el Juez de Amparo en la capital potosina. Aurelio Junior sería electo gobernador en 1923 con el apoyo de obreros y campesinos –enfrentándose al cooperativista Prieto Laurens (quien rescató a Puig Casauranc en 1922). Su paso meteórico por la gubernatura potosina (1923-1925) lo hizo el más famoso de los gobernadores radicales de esa era. Respetó el derecho a huelga y apoyó los movimientos de mineros contra la industria dominada por los Guggenheim. Fundó el Tribunal Estatal de Conciliación y Arbitraje. Reguló estrictamente la producción y venta de alcohol. Promovió el reparto agrario… aunque perdió la gobernatura cuando el general Saturnino Cedillo le retiró el apoyo del movimiento campesino en el estado.

Manrique era un hombre cabal y decidido, cuyos valores siempre fueron públicos –igual que los anti-valores de Santos. Este último retrató a un Manrique puro y puritano confrontando también a los hipócritas, cobardes y desleales miembros del Cabildo tampiqueño de 1920. Resulta que, en un último intento por asegurar su posición, el Ayuntamiento organizó un gran banquete en uno de los hoteles del puerto. Luego de oír varios discursos, cuenta Santos que Manrique se paró, “levantó una copa de champaña, y dijo más o menos en su brindis: «Señores fenicios…, señores fenicios y señores iscariotes, ustedes se han llenado de elogios mutuos; en sus discursos se han autonombrado a sí mismos honrados. ¿Son honrados ustedes que están ocupando puestos públicos populares sin obtener un solo voto público?», y por ahí siguió Manrique, y al terminar aventó su copa desde donde estaba hablando al lugar de honor donde se encontraban el general Peláez, el doctor Puig, el doctor Canseco y demás reaccionarios, y acompañando a su ‘detonación’ de cristal y champaña dijo: «Me marcho asqueado de haber estado en vuestra vera», y con grandes zancadas se marchó…”

El retrato admirado de Manrique que nos hace Santos es propio de un caballero del Lado Oscuro frente a su rival, un paladín del Lado Luminoso. A ambos les une, paradójicamente, la congruencia. Quienes conocían a Santos o a Manrique sabían qué esperar de ellos. No había doblez ni en la maldad del huasteco ni en la bondad del abogado radical. No sería mala idea la de organizar un debate ético a partir de estas dos figuras de la historia potosina.

Señor Oscuro (en blanco) y Señor Luminoso (en negro). Gonzalo N. Santos y Aurelio Manrique Jr. circa 1920. Fuentes: Vida Azarosa y Fototeca INAH.

agallardof@hotmail.com