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Julio Hernández López

Virtualmente a un mes del definitorio día de las urnas se volvieron a alegrar los promotores de Xóchitl Gálvez (tanto los explícitos como los supuestamente encubiertos). Les emocionó que la filopanista volviera a ser algo que con aire metafísico definen como “ella”; es decir, el huipil como identificación artesanal (así sea en modelos de alta costura), la agresividad como sustituto de la profundidad y el enredo y la contradicción como brújula para salvarse del naufragio.

No debería haber demasiado material para las nuevas confecciones entusiastas, pues a fin de cuentas la usuaria de bicicleta motorizada volvió a confundir a sus propias bases al asumirse como populista circunstancial (exención de impuestos a quienes ganen menos de quince mil varos) y, al mismo tiempo, como extrotskista impulsora del beneficio al empresariado para lograr la emancipación proletaria cuando menos en cuestión de las famosas cuarenta horas.

Ha de decirse, además, que el tono agrio, los descontones en zonas familiares (ella, que tantos puntos débiles tiene en ese ámbito, filiales y fraternos), la provocación como estrategia y el berrinche como motivación no necesariamente dan puntuación positiva si lo que se busca es encontrar la mejor alternativa para gobernar un país sumido en el vértigo y la polarización.

Como si no hubiera sido posible saber las armas discursivas que portaría quien como senadora se hizo famosa por el uso de botargas y la afición a lo escandaloso, Claudia Sheinbaum mantuvo una postura parecida a la del debate anterior: ni la vio y casi ni la oyó. Sostuvo una especie de postura imperial, decidida a subrayar la estatuaria condición del poder inminente, aunque con ello dejó pasar varias puyas que le asestó la contrincante, sobre todo en cuanto a su relación conyugal anterior y una videograbación nada ahumada, o la cuenta familiar pequeña en paraíso fiscal o los totalmente previsibles puntos candentes de la Línea 12 del Metro, el Rébsamen y la disposición o no a investigar los señalamientos contra hijos del actual ocupante de Palacio Nacional.

El ganador podría decirse que fue Jorge Álvarez Máynez, si es que se pone aparte al cronómetro que esta vez no fue el villano, pero sí la transmisión por redes sociales que se volvió a caer, esta vez en varias ocasiones y con duraciones diversas (¿pues quién hizo contratar en el INE a Ray Sinatra como garantía técnica que se ha desfondado sin que haya remedio anunciado ni el proporcional castigo, multa o rescisión a quien mucho recibe en pago y mal servicio retribuye?).

¿Ganador el candidato de la sonrisa tatuada? Bueno, es una forma de acomodar un hipotético podio posdebate. Cada vez resulta más evidente el juego o, más bien, el jugo de naranja que han diseñado el dantesco Delgado, la pareja fosfo fosfo y el habilitado Máynez: servir a la causa morena y claudista mediante la tercería que no va a triunfar en la contienda pero sí sirve para golpetear a Xóchitl y reducir el volumen de votos opositores que ella podría recibir.

Y, en este mundo de corruptos Verdes largamente bendecidos por su conversión provisional al guinda, de petecos que en general solo trabajan para su santo, y otras especies de similar camaleonismo, Movimiento Ciudadano, Dante y Máynez apuestan al entendimiento con el movimiento sexenal venidero, rascando lo que puedan a la desbalagada alianza xochitleca que ahora es empujada gozosamente, de nuevo, a la piedra de los sacrificios electorales con renovado entusiasmo de fin de ciclo que, en realidad, solo parece ser una aspiración de espejismo.

Y, mientras en Guerrero se reporta primero la desaparición y luego la aparición de un obispo emérito que, además de otros prelados, ha promovido treguas entre grupos criminales desbordados en esa entidad, ¡hasta mañana, con el exgobernador panista García Cabeza de Vaca empecinado en conseguir fuero legislativo para volver a México!

Julio Hernández López
Julio Hernández López
Autor de la columna Astillero, en La Jornada; director de La Jornada San Luis.