Bernardo Barranco V.
José Antonio Kast, candidato bajo la sombra de Pinochet, ganó las elecciones presidenciales con una victoria aplastante, muy por delante de Jeannette Jara, de centroizquierda. Ambos encarnan modelos radicalmente distintos. La ola de extrema derecha sigue recorriendo América Latina, bajo la era Trump, mal haría la 4T de no tomar nota sobre el ascenso de la ultraderecha en la región. El triunfo de Kast representa la decepción y el desencanto del gobierno progresista de Gabriel Boric.
Cincuenta y dos años después del golpe fascista que culminó con la muerte de Salvador Allende y una aterradora represión a la población. A 35 años del fin de la dictadura militar de Augusto Pinochet, triunfa en las urnas José Antonio Kast, su autoproclamado heredero pinochetista.
El presidente electo chileno se benefició del apoyo de dos sectores importantes de la derecha: la histórica y la ultra del Partido Libertario. Su oferta de campaña es orden y seguridad ante las principales preocupaciones de los chilenos: la delincuencia, la migración irregular y falta de crecimiento económico. ¿Qué propone Kast? Orden y disciplinamiento institucional mediante medidas estrictas de seguridad, reducción del gasto público, reformas laborales proempresa y una política migratoria centrada en expulsiones masivas, así como de control fronterizo portentoso. Su proyecto se alinea con tendencias globales de derecha radical presentes en Estados Unidos y Europa.
Más a la ultraderecha el presidente chileno electo no puede estar. Hijo de un militante alemán nazi. Militante del catolicismo más rancio del país. Su hermano Miguel Kast fue ministro del gobierno de Augusto Pinochet. Miguel formó parte de la los llamados Chicago Boys, corriente político-económica de actores chilenos formados en la Universidad de Chicago bajo la influencia de Milton Friedman, quienes aplicaron políticas neoliberales radicales en Chile durante la dictadura de Pinochet. Implementaron privatizaciones, liberalización económica y reformas de mercado, buscando crear un “milagro económico”, pero también generando alta desigualdad y controversia que culminó en protestas sociales.
Dada la composición actual del Poder Legislativo, donde la oposición de izquierda tendrá peso, José Antonio Kast deberá gobernar negociando con diversos poderes de la sociedad civil, mediáticos y de la Iglesia. En términos religiosos, José Antonio Kast cuenta con la simpatía de sectores ultraconservadores en la que aún resuena el anticomunismo. Desde hace mucho, Kast ha declarado: “Primero soy católico, después soy político”. Es adherente del movimiento católico de Schoenstatt, movimiento mariano alemán, y de ahí se desprenden sus posturas conservadoras, como la oposición al aborto, al matrimonio igualitario y antiderechos contra el feminismo, alineados con sus creencias y prácticas religiosas.
A pesar de su explícita filiación católica, en los diversos procesos electorales ha contado con el apoyo de diferentes conformaciones pentecostales y neopentecostales chilenas. El respaldo se basa en coincidencias en temas valóricos como la defensa del derecho a la vida, el matrimonio tradicional, la libertad de culto y la oposición a las ideologías de género en la educación.
José Antonio Kast tiene la misma disyuntiva de Pinochet, esto es, buscar la legitimidad de la Iglesia católica. En el régimen militar de Pinochet, la jerarquía católica se mostró ambivalente ante la dictadura. Obispos conservadores amparados por Juan Pablo II apoyaron a Pinochet, así como importantes congregaciones como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo. En cambio, en la capital de Santiago se conformó la Vicaría de la Solidaridad arropada por el entonces cardenal Raúl Silva Enríquez (1907-1999). Ésta defendió los derechos humanos, cuestionó los excesos del pinochetismo y se convirtió en espacio de protección y agregación social abrigando a sectores de oposición perseguida.
Según el analista chileno Aníbal Pastor, el gobierno de Kast profundizará las divisiones dentro de la Iglesia, algo que debería preocupar a la jerarquía y al próximo gobierno. Le llama un conflicto inevitable. Mientras parte del laicado celebraría el giro conservador, otro sector, especialmente en el mundo popular y en las periferias pastorales, vería en este proyecto un retroceso ético y social.
La Iglesia chilena ya no está bajo la sombra de los pontífices conservadores como Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora el papa León XIV tiene una agenda muy distinta en favor de los pobres y de los vulnerables condensadas en su primera Exhortación Apostólica Dilexi te. Seamos claros, el episcopado chileno coincide con Kast en términos de valores y principios como la defensa de la vida, el rechazo al aborto y la protección de la familia tradicional. Una parte significativa de los obispos siente afinidad con el ideario ultraderechista del presidente electo. Sin embargo, en materia social, los obispos están en contra de la narrativa de mano dura para expulsar sin miramientos a migrantes. Los obispos publicaron una carta de felicitación donde marcan su firme oposición a la criminalización de los migrantes, señalando: “Nos preocupa la creciente denigración de migrantes y personas vulneradas, y reiteramos nuestro compromiso por la vida, la dignidad humana y la protección de los más débiles, recordando las palabras del papa León XIV en su Exhortación Apostólica Dilexi te: “en el rostro herido de los pobres encontramos impreso el sufrimiento de los inocentes”. Quizá la frase más fuerte remata así: “En este contexto, la elección presidencial renueva la esperanza de avanzar hacia un país más justo, fraterno y solidario, donde la fuerza de la razón prevalezca siempre sobre la razón de la fuerza”.
Veremos el desenlace y el comportamiento de la Iglesia chilena.





