Héctor Alonso Vázquez 

Hablar de la democracia y sus problemas es en gran medida hablar de su percepción. Esta no es un concepto estático. Es por lo tanto un concepto que se mueve y depende de muchas variables que impone el contexto social y económico en el tiempo.

Tanto a nivel nacional como a nivel local, se puede observar esta transición de la democracia como concepto y la evolución de lo que es considerado como un problema democrático en diferentes etapas históricas[1]. Para responder a la pregunta ¿Cuál es el problema actual de nuestra democracia? Hay que entender cómo se percibe la democracia presente y por qué llegamos a percibirla (con sus claros y oscuros) de esa manera.

En México la democracia es parte central del dilema político desde que la revolución armada obliga a Porfirio Díaz dejar la presidencia y el país en 1910. Y la evolución desde donde venimos y los problemas que ahora enfrentamos se pueden rastrear desde ese entonces. Para acotar la larga narración histórica, podemos considerar que nuestros problemas democráticos contemporáneos han trazado un camino desde la época postrevolucionaria a partir de la década del cuarenta del Siglo XX.

En este sentido, la democracia se ha discutido desde foros intelectuales con una divulgación más o menos amplia y con regularidad a partir de la década del cincuenta. En ese entonces los intelectuales de la época como Daniel Cosío Villegas y Jesús Silva Herzog entre otros, en sus espacios de pluma crítica, consideraban a México como un país democrático donde la libertad individual y económica era el valor central en contra de los autoritarismos no liberales que se daban en ambos bandos (soviético y occidental) en el marco de la guerra fría.

En esa primera etapa la democracia más que verse como un procedimiento se entendía como una esperanza que resultaría producto de esas libertades y de la consolidación del proyecto modernizador de la revolución mexicana y sus logros sociales y económicos.

Después hacia fines de la década de los sesenta la legitimidad de esa forma de concepción democrática se cuestiona de manera abierta en los círculos intelectuales y sus espacios escritos de debate y divulgación; el régimen empieza a ser considerado como autoritario. Pues las tensiones sociales de una clase media más educada y con una creciente politización chocaron con el gobierno autoritario de las filas “revolucionarias” y la represión frontal y arbitraria no se hizo esperar de ese mismo régimen que se definía como popular y de avanzada social.

Tales contradicciones revelaron pronto que el problema eran los procedimientos democráticos; y  el voto como su base elemental que al no respetarse vulneraba toda posibilidad de vivir la democracia como un sistema de reglas confiables de elección de la clase política, en vez de la competencia simulada que no permitía opciones políticas distintas a la hegemonía del PRI.

Es así como en la década del ochenta y producto de severas crisis económicas la idea de democracia como procedimientos limpios se afianzó en los espacios de crítica intelectual y respondía a una ciudadanía que desde lo local se movilizaba y lograba los primeros cambios sustanciales en la legislación electoral y en sus consecuencias en la competencia política. SLP fue muestra de ello a inicios de los noventa con la segunda etapa del navismo y su impulso cívico.

Ya hacia los noventa los procedimientos democráticos afianzados en instituciones estables se consideraban como un logro de esas luchas cívicas y  ahora se esperaba que la ciudadanía aprendiera a respetar la pluralidad de las reglas democráticas. Y también asimilar la legitimidad de tales reglas. 2006 representó sin duda como 1988 un año donde la legitimidad democrática se cuestiona de manera abierta y polarizada.

Entonces: ¿en dónde nos encontramos hoy? El problema puede considerarse como una democracia que transitó desde un autoritarismo hegemónico hacia un régimen de reglas electorales en donde hay aun muchas deficiencias y la legitimidad del régimen actual se cuestiona con base a los comportamientos de los actores políticos y el desempeño de las instituciones del Estado que pueden considerarse como deficientes, inútiles, e incluso fraudulentas.

En la línea de este argumento, el problema que hoy existe puede comprenderse como uno en el cual la clase política, al menos muchos de sus integrantes en los cargos, creen que por estar en el lado de la función pública se encuentran al margen de la ley. Que por el hecho de ser electos pueden considerarse como mandatarios que tienen una protección especial fundada en su fuero legal, y que no hay consecuencias si se saltan los mismos procedimientos  y exentan las consecuencias que nos rigen en teoría a todos los ciudadanos.

Lo anterior revela una debilidad de Estado. Pues si parte de su clase política cree que tiene privilegios especiales por el hecho de gobernar y legislar, que no hay porque rendir cuentas y ni preocuparse de las sanciones, entonces hay una asimetría injustificable entre las instituciones estatales y sus dirigentes políticos y la sociedad que está en un nivel de menor jerarquía.

Los anteriores párrafos pretenden invitar al lector a una reflexión más razonada sobre la democracia actual y sus principales problemas. Solo basta con buscar los escándalos que surgen en los espacios mediáticos de SLP respecto a su clase política para darnos cuenta de que sus declaraciones constatan la explicación que aquí en este texto se sugiere.

Vemos en un alarmante ritmo semanal cómo “x” o “y” legislador local trata de justificar sus comportamientos no éticos y evaden rendir cuentas o solapar actos de corrupción. Se demuestra cómo se gobierna sin un mínimo sentido racional y donde lo que menos importa son las evidencias para buscar resultados eficaces y efectivos de política pública, e incluso como escudados en su papel “especial” muchos políticos en el cargo se pelean e insultan en público sin importar las consecuencias y hasta indignándose si su imagen se repercute para mal en las redes sociales.

En conclusión resulta prioritario entender que la democracia y además el Estado democrático de derecho se construyen de forma continua y requieren en especial de ciudadanos que ejerzan un papel activo de agencia.

Ya que si en democracia el problema es cómo se ve el problema. Entonces más allá de limitarnos a exasperarnos por los erráticos y cínicos comportamientos de los actores políticos, bien vale movilizarse desde el lado ciudadano para dejar muy claro el mensaje de que nadie puede estar al margen de las reglas sin importar su posición de poder. Generar incentivos reales desde la trinchera de la ciudadanía para que esto ocurra es fundamental para mejorar la calidad de la democracia local y nacional.

[1] Para una lectura pormenorizada de los movimientos conceptuales de la democracia en México y sus respectivos problemas recomiendo: el Texto “La experiencia democrática en el México contemporáneo: variaciones conceptuales y límites de sentido” en Procesos Políticos de América Latina. Una lectura crítica del neolineralismo. Vázquez, Daniel y Julio Aibar (coords.), FLACSO Sede México. 2013.

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