Federico Anaya Gallardo

Hace unos días, en este espacio, comenté que, entre los obvios objetivos del segundo gobierno de la Cuarta Transformación, debían estar (1) la reproducción estable de un gobierno republicano y (2) la consolidación de una democracia plebeya, sin predominio de las élites. No se trata de “filosofía” ni de “buenas intenciones”. La victoria electoral de 2018 fue el fruto de una movilización popular que tardó dos décadas en construirse, poco a poco, desde varias regiones. La ventaja de Morena frente al resto de los partidos sigue siendo su muy amplia cobertura territorial.

En el “Plan A” de 2022, diseñado por Pablo Gómez Álvarez, el obradorismo propuso eliminar la dicotomía uninominales-plurinominales abandonando el modelo reyesheroliano de sistema mixto con dominante mayoritaria que ha imperado en México desde 1977. Se trataba de sustituirlo por un sistema de proporcionalidad pura con 32 listas, una en cada estado.

Más allá de las confusiones en el debate público (que a veces dan vergüenza) esta idea quedó bastante clara en uno de los espacios de TV abierta dominados por la derecha. En el programa semanal “Tercer Grado” de Televisa del miércoles 4 de mayo de 2022, Gómez Álvarez fue entrevistado por la plana mayor de los comentaristas de esa empresa: René Delgado, Sergio Sarmiento, Leo Zuckermann, Raymundo Riva Palacio, Gerardo Lozano y Denise Maerker. (Liga 1.)

Me detengo en esa entrevista, lectora, porque allí podemos ver cómo Gómez Álvarez refuta varios malentendidos y explica con claridad el objetivo del “Plan A”. (Valdría la pena que la viera la consejera del INE Clara Humphrey, por aquello de que a don Pablo le faltarían conocimientos en materia electoral.) Pero lo que me interesa comentar hoy es la cuestión de las 32 listas de aquella propuesta.

Suena necio recordar que México es una federación de Estados Libres y Soberanos. La comentocracia criolla ha tratado, desde hace mucho tiempo, de convencernos de la “naturaleza” centralista de la sociedad mexicana. Y nos recitan, como probanza, la herencia de tlatoanis, virreyes y presidentes que se hacían llamar “alteza serenísima”. Pero nosotros sabemos que el diablo (y a veces, la verdad) está en los detalles. Desde el periodo virreinal las regiones del país han tendido al autogobierno en todo lo que les sea posible. Los pleitos entre las Audiencias de México y Guadalajara son sólo un ejemplo. Hace dos siglos, la solución federal era la más adecuada para gobernar una república en la que cada región poseía una identidad diversa.

Incluso en los dos periodos más centralizados políticamente de nuestra historia, el Porfiriato (1876-1910) y el Régimen Postrevolucionario (1946-1994), esta república no pudo funcionar sin un mínimo consentimiento de las sociedades políticas de cada Estado Libre y Soberano. Ejemplos de esto, para el primer periodo, los puedes encontrar en el libro compilado por Romana Falcón y Raymond Buvé Don Porfirio Presidente…, nunca omnipotente (México: Ibero, 1998). Puedes leer parte de este en la Liga 2.

Para el segundo periodo te recomiendo ver el maravilloso recuento del surgimiento y floración de la COCEI en el Istmo de Tehuantepec que nos regaló en 1997 Jeffrey W. Rubin: Decentering the Regime: Ethnicity, Radicalism, and Democracy in Juchitán, Mexico (Durham: Duke U.Press, 1997). Puede leerse en parte en GoogleBooks en la Liga 3. Rubin nos muestra cómo, hasta su muerte en 1964, el general revolucionario zapoteco Heliodoro Charis Castro era el hegemón en la región Istmo. No había allá oficina eficaz de la CNOP, ni de la CTM, ni de la CNC. Y cuando murió Charis, el PRI nacional fue incapaz de articular una alternativa. El antropólogo Rubin nos relata cómo sería el Pueblo mismo, organizándose desde abajo, quien sustituiría a Charis. Así nació la Confederación Obrera, Campesina y Estudiantil del Istmo (COCEI).

Rubin nos dice en su Introducción (“Theorizing Power and Regimes”) que “El Estado Mexicano y su régimen deben ser vistos como resultado de un complejo y cambiante centro que coexiste con una diversidad de construcciones regionales y culturales. En realidad, no sólo coexiste con ellas, sino que está constituido por ellas. Es más, existe inmerso en ellas” (p.13).

Para Rubin, el impresionante “Ogro Filantrópico” de Paz era en buena parte una máscara que aparentaba omnipotencia pese a tener que transigir una y otra vez con los poderes fácticos en cada estado. ¿Qué significó la Transición a la Democracia para este federalismo realmente existente en México? Sencillo: el desbocamiento caótico de los poderes fácticos en cada región. Si pones atención lectora, en nuestros días podrás encontrar, en análisis y comentarios, continuas quejas de cómo, a partir de 1997 o 2000 muchos alcaldes se autorizaron incrementos salariales portentosos; o cómo se desperdiciaron (esto habrá que pensarlo bien, ojo) los excedentes petroleros del periodo 2000-2008 al pasárselos a los estados para que ellos ejercieran ese ingreso extra (Liga 4).

Muchos llamaron a eso la feudalización del arreglo federalista. Te recomiendo revisar la edición de Nexos de octubre de 2011 (№406). Ya he tocado este punto en este espacio. (Liga 5.) Resumo mi análisis: Todos los ensayos de aquel Nexos que criticaban la feudalización estaban “enamorados” de una visión de élites. Los sectores populares no aparecen sino cuando se habla de una ausencia. Las y los gobernadores están aislados de la ciudadanía, sin contrapeso. Los hábitos de esos hombres y mujeres fuertes suenan más a hegemonía que a democracia. Las legislaturas estaduales están dominadas por la gubernatura. Es más, uno de los autores –Luis Videgaray Caso– hizo la apología del poder feudal al presumir que su gobernador (Peña Nieto, 2005-2011, en el Edomex), había resuelto muy bien el problema del endeudamiento mexiquense.

¿Y la ciudadanía? ¿Y los movimientos sociales? De ellos no hablaban los analistas de Nexos. Y es evidente que esos temas tampoco importaron a los gobiernos federales panistas. Ese sería en apretado resumen la histórica traición de Fox y Calderón a los ideales democráticos. Pero el caso de Calderón es –si cabe– más grave. Luego de julio de 2006, el candidato blanquiazul sabía que el estrechísimo margen que le coronó presidente se debía a la “operación” de gobernadores y líderes sindicales tradicionales. Por eso, al momento de coronarse, no le importó tanto el movimiento ciudadano que respaldaba su plataforma electoral sino el pago de esos favores. De allí resultaron el patético “haiga sido como haiga sido” y el pago de canonjías a los elbistas y la profundización del “feuderalismo” y la “dinerocracia” denunciados en Nexos 406 por Genaro Borrego Estrada (n.1949) –quien fuera gobernador de Zacatecas en 1986-1992; y quien es ¡sin duda! un experto en el fenómeno.

Veamos ahora cómo estaba el país antes de la elección de 2018. Este año, te propongo, sería el punto de arranque del segundo régimen de la Transición Mexicana a la Democracia. Es decir, de un arreglo democrático que supera el Pacto de Élites de 1997-2000 y que reinserta a las masas de ciudadanos y ciudadanas en el debate público.

Haré mi corte a finales del año 2015. Hace casi diez años, Morena no tenía ninguna gubernatura. Había un gobernador independiente en Nuevo León (el Bronco). Los partidos se dividían el país del modo siguiente: MC tenía un estado (Oaxaca); el PVEM un estado (Chiapas); el PRD cuatro estados (Michoacán, Morelos, Ciudad de México y Tabasco); el PAN siete estados (Baja California, Baja California Sur, Sinaloa, Guanajuato, Querétaro, Quintana Roo y Puebla); mientras que el PRI tenía el resto de las gubernaturas, que sumaban 18 (Sonora, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas, Durango, Zacatecas, Aguascalientes, San Luis Potosí, Nayarit, Jalisco, Hidalgo, Veracruz, Tlaxcala, Estado de México, Colima, Campeche, Guerrero y Yucatán).

Detalle relevante, Num. 1.- En aquel 2015, el PRI podía presumir que había re-conquistado ocho estados: Zacatecas y Guerrero frente al PRD, por una parte; y por la otra Aguascalientes, Jalisco, San Luis Potosí, Sonora, Nayarit y Yucatán frente al PAN.

Detalle relevante, Num. 2.- Para 2015, los estados de Chihuahua y Yucatán habían cambiado de manos –entre el PRI y el PAN– más de una vez. Por su parte, Tlaxcala había electo gobernadores del PRD, PAN y PRI. Y en Michoacán hubo alternancia entre PRI y PRD.

Si lo pensamos bien, los cambios de partido en las gubernaturas no son exactamente los mismos que a nivel nacional. Por ejemplo, los panistas Patrón Laviada (2001) en Yucatán y De los Santos Fraga en San Luis Potosí (2003), ganaron su gubernatura en medio de la oleada foxista; pero el PRI recuperó Yucatán en 2007 pese al triunfo panista a nivel federal en 2006. En San Luis Potosí, la elección de 2009 la ganó el PRI –pese al dominio del PAN calderonista a nivel nacional.

Que como independiente el Bronco lograse la gubernatura neoleonesa en 2015 y que, desde esa plataforma compitiese (también como independiente) por la Presidencia de la República nos da una idea de lo importante que pueden ser los gobiernos estaduales. Por cierto, de 2000 a la fecha, todas las personas que han ganado la Presidencia fueron antes gobernadores en su entidad federativa. La excepción es Calderón.

Mi punto, querida lectora, es que, en su estado natural, el régimen político mexicano requiere tener conectados de una manera ingeniosa los resortes estaduales-regionales y las maquinarias federales-nacionales. En 2018, esta era la “carnita” del debate de los Superdelegados de la Administración federal López Obrador en cada una de las entidades federativas. ¿Ocupar ese puesto asegura una candidatura exitosa a gobernador en la siguiente elección? El yucateco Joaquín de Jesús Díaz Mena nos respondería en la afirmativa; pues ganó la gubernatura en 2024. Pero el chihuahuense Juan Carlos Loera de la Rosa nos respondería en la negativa, pues perdió frente al PAN en 2021. Hay que ir a territorio y ver cómo está conformado el campo electoral específico.

Me parece que con esta complejidad estadual en mente es que Pablo Gómez Álvarez propuso en 2022 su modelo de representación proporcional pura en 32 circunscripciones. La “delegación” de representantes populares de cada entidad federativa deben representar lo más fielmente posible la composición ideológica y partidaria de su sociedad. Un sistema proporcional puro en cada estado aseguraría eso.

Por otra parte, debilitará a las élites nacionales de los partidos obligándoles a responder mejor a las demandas de sus afiliados en cada región. Este último objetivo beneficiará a TODOS los partidos, incluido el que ahora ha obtenido la mayoría (Morena). Al multiplicar por 32 los reclamos democráticos internos, los partidos se verán obligados a escoger a lo mejor de cada una de las regiones de la República.

agallardof@hotmail.com

Ligas usadas en este texto:

Liga 1:
https://www.youtube.com/live/kooxRx30i0U

Liga 2:
https://books.google.com.mx/books/about/Don_Porfirio_presidente_nunca_omnipotent.html?hl=es&id=m02TgBhg3_8C&redir_esc=y

Liga 3:
https://books.google.es/books?id=vXW8kvPR4KIC

Liga 4:
https://www.jornada.com.mx/2010/02/18/politica/012n1pol

Liga 5:
https://julioastillero.com/el-error-elitista-autor-federico-anaya-gallardo/

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