Pilar Torres Anguiano
Filosofía. Ciencia de todas las cosas, por sus causas últimas, a la luz natural de la razón. Sinceramente, esta definición de libro de texto no parece aportar mayores luces. La filosofía es una disciplina seria, con método específico y definido de problemas que pueden ser indiscutiblemente reales y, en otros casos, acercarse a los límites de lo ficticio. Se mueve como un péndulo, entre la observación objetiva de lo real y la especulación a través de la ficción, sin que una sea mejor que la otra y sin saber con certeza cuáles serán los frutos que rendirá uno y otro. A veces, la pregunta aparentemente más absurda, menos lógica y menos relacionada con la realidad, descubre una perspectiva nueva, un matiz que no se había considerado.
Tal vez por eso, filosofía y literatura guardan una relación tan cercana; la lista de ejemplos sería, en ese sentido, interminable. Proust era cercano a la filosofía de Henri Bergson, Joyce recupera las ideas de Aristóteles y San Agustín; la Comedia de Dante no sería posible sin el neoplatonismo renacentista. Otros son filósofos y, al mismo tiempo, novelistas o dramaturgos, como Sartre, Marcel, Camus, Unamuno. Para muchos escritores, la filosofía es otra forma de literatura, otra forma de ficción que otorga otro tipo de claves para imaginar la realidad.
Hay más verdad en la poesía que en la lógica. Si incluyéramos tal afirmación en una charla con académicos, no se harían esperar las críticas y descalificaciones; en cambio, si se pone en palabras de un personaje, el lector abre su mente para pensar ésta y muchas posibilidades, y así, entablar un diálogo filosófico con el autor, y con nosotros mismos. Gabriel Marcel, filósofo y dramaturgo, tenía como método plantear un problema filosófico y poner a charlar a sus personajes. Encontraba en la combinación entre filosofía y literatura el valor trascendente de la experiencia concreta, revela el reducto personal del ser humano; es decir, nos ponen en presencia de la persona sin más.
A través de la producción poética reveladora y reflexiva, algunos autores, como el filósofo español Miguel de Unamuno (1864-1936), expresan su vitalidad; pues fuera de la poesía sólo hay palabras, pensamientos e ideas, pero no vida. Al identificar la literatura con la filosofía se tiene la intención de penetrar en lo más íntimo de la existencia; así, la poesía, en su más claro sentido, es una traducción de la naturaleza en el espíritu, es la revelación del ser de las cosas en el conocimiento.
Para buscar la verdad el mejor recurso que encuentra es el de la literatura, el de ese laboratorio filosófico, que son la poesía, el cuento y, principalmente, la novela. La obra literaria para Unamuno es un auténtico método intelectual donde, por medio de la paradoja, el filósofo y el lector, se adentran de un modo más profundo y vivencial a las entrañas de la mente y la realidad humana. En el fondo, este aprecio de Unamuno por la literatura revela una gran desconfianza en la razón pura. A través de alguno de sus personajes nos hace ver que, por sí mismo, el racionalismo no revela más que una lógica mental, pero es alejada de la realidad más concreta. Porque lo real, lo verdaderamente real, no es lo racional.
Niebla publicada en 1914, es una novela filosófica propiamente dicha, una nívola, como la denomina su autor. Narra la historia de Augusto Pérez, un joven reflexivo y atormentado, tiene dos grandes interlocutores: Victor Goti y su perro Orfeo. Augusto decide suicidarse ante un amor no correspondido, pero antes se dirige a Salamanca a ver a Don Miguel de Unamuno, con quien sostiene un diálogo memorable. De tal diálogo obtiene Augusto, por parte de su creador, la revelación de que su existencia no es real, sino que es un personaje de ficción. Como tal, está destinado a desaparecer cuando su autor lo decida y no a suicidarse, como él ingenuamente había decidido. Augusto se revela a su autor, lo desafía y le recuerda que él también habrá de morir, al igual que todos los lectores. Al final, el personaje deja de ser escrito por su autor y muere, no sin antes echarle en cara a su autor que, a diferencia de los hombres reales, volverá a la vida mientras exista alguien que lo lea.
Niebla es un arriesgado ejercicio que traspasa lo que algunos consideran la supuesta frontera entre realidad y ficción, anulando el abismo entre el ser del personaje de ficción, el ser del individuo de carne y hueso que lo crea, y el ser de la persona que lo lee; colocando a los tres en el mismo plano. En la nívola, el autor, maestro del lenguaje, se esfuerza constantemente en penetrar en la estructura misma de la lengua, haciendo gala de recursos expresivos, estructuras paradójicas, imágenes y metáforas que revelan conceptos filosóficos valiosos. Unamuno construye buena parte de su universo filosófico y narrativo a través de imágenes oníricas; en donde el sueño deja de ser un mero recurso literario para ser un motivo recurrente, un signo capaz de revelarnos misterios y secretos de la vida del hombre. Así, el personaje principal de Niebla se hace una de las preguntas más ontológicas: Cuando un hombre sueña algo, ¿qué es lo que más existe: él mismo, como conciencia que sueña, o su sueño?
La nívola es espacio de indagación y búsqueda del sentido profundo de la vida. Los personajes del universo unamuniano, desnudan su personalidad en una lucha por afirmar su propia autonomía y descubren entre la niebla de la vida, el confuso sentido de la existencia.
A las verdades más profundas se puede acceder a través de las cosas más sencillas, prueba de ello es el hecho de que muchas veces se nos aclara de un modo más profundo el sentido de algo con un poema, con una frase, o con una historia, que con abrumadores tratados filosóficos cargados de racionalismo, esquematismo y frialdad. La novela, por ejemplo, puede funcionar como un laboratorio en el que se puede penetrar en la intimidad de un personaje, que a fin de cuentas puede ser uno mismo.
Unamuno es un autor problemático. Está en el lindero de la filosofía y de la literatura, si es que existe alguna frontera entre ellas. Su ausencia de sistema racional y su desconfianza en la razón pura, aunados a un lenguaje sugerente y brillante, lleno de recursos literarios, hacen de Unamuno un filósofo que se aleja del perfil ilustrado, sin embargo, nos recuerda que la auténtica filosofía emana de la capacidad de asombro ante lo que se presenta como inexplicable y es siempre problemática, aquella para la cual, la pregunta es siempre más importante que la respuesta.
@vasconceliana





