Luis Ricardo Guerrero Romero

Ya muy cerca de la casa de aquella vecina que año tras año ataviaba su patio con distintos adornos alusivos a la muerte, un aroma peculiar, es decir, ese discreto, pero intenso olor a comidas, que de hecho todas son cocinadas con muertos, o sea, vegetales, frutas, y animales muertos. Un sobresalto de nostalgia se adueñó de mí. De mí, como si yo fuese el objeto pensado, el artilugio de los recuerdos, el armatoste de aquellos a los que puedo recordar. Habría sido por la temporada preponderante y cultural mexicana, o por las circunstancias, pero de modo súbito, mi mente dijo: —habrá que acordarse de aquellos—.

Está por demás mencionarlo, pero no vino la reminiscencia del cadáver, o del hombre reposando en la cama del hospital, no se acercaron las memorias de los momentos detestables, los malos ratos. Como un acto de milagrosa magia y caridad, como un suceso de compasión indómita los recuerdos de mis muertos fueron todos propicios. La sonrisa como leal compañera del ayer añorado, se representó en mi rostro, luego el suspiro, luego la añoranza, luego la meditación, luego la abstracción, luego nuevamente la muerte, la única eterna. Ya muy cerca de la casa de aquella vecina que año tras año coloca su altar de muertos, decidí discretamente morir en el recuerdo.

En una vista caprichosa, podemos divagar que la voz r-eco-rdar es el eco, el eco que se da, que aún habla, nos dice, al menos en nuestra cultura mexicana; y cerca de todos nuestros dioses prehispánicos: Hun Ahau (maya), el mexica Mictlantecuhtli, está el dios de Jerusalén, muerto también. Unos por la Conquista, el otro por la opulencia, que para el caso es lo mismo.

No obstante, estamos acá no para hipotetizar, sino para acordarse de nuestra lengua con memoria. Es ahora el caso del verbo recordar, que nada tiene que ver con el eco, o al menos que en nuestro corazón aún hagan eco las palabras de nuestros seres amados que han adelantado el paso a la nada o al todo. Allá están Pcruz, la Señora Fulgencia, el camarada Landeros y músico Adrián, los abuelos de mis padres, allá están los que aquí recordamos con la mente, sí, pero también con el corazón.

La palabra recordar tiene la misma raíz que el acuerdo, que el acordarse; el recuerdo es un repaso, pero desde el corazón. Lo anterior antes de ser algo poético, es fruto de las exiguas y antiguas nociones de la morfología o antonimia humana, pues tanto los griegos como los romanos, situaban en sus anales la mente en otra parte que no era la cabeza, unos en el diafragma, otros en el corazón, respectivamente. De tal suerte que, el recordar es re (prefijo latino, volver); y cord (cor cordis: inteligencia, espíritu, e incluso estómago). Volver a pasar por el corazón algún suceso, una memoria de alguien. Ya lo dijo el poeta Cesare Pavese: “no recordamos días, recordamos momentos”, o aquella frase latina: “memento mori, memento vivire”. (Recuerda que morirás, acuérdate de vivir). O, en otra circunstancia el controversial Guy Fawkes: “Remember, remember, the fifth of november”. Si duda esos ejemplos y más, se repasan en el corazón y la mente.

Ahora resta decir, en estas fechas: ¿piensas en tus muertos, o recuerdas a tus muertos?

l.ricardogromero@gmail.com

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