Luis Ricardo Guerrero Romero
Sin querer, pero no sin desear, programé la alarma —¡al arma!, como dice su filología, como dicen los que se preparan al fusil fugaz—; eran efectivamente las 4 horas del domingo, la luna en su punto brillante y yo en mi apogeo. Las doctrinas del eximio Dr. Jacobo Grinberg circundaban mi mente. Sus estudios, la gloria, la perturbación divina. Luego, los gemidos de la vecina, los gritos de los renteros al otro lado, luego todo, luego nada. En realidad, el silencio es una utopía, es el fracaso de toda aponía. Entonces recuerdo servir en mi vaso rojo lo últimos mililitros de mi vodka, las gotas se dieron a mi paladar, cedieron a mi placer. Otra vez estaba solo, terco en mis ideales.
El celular descargado, el alma mancillada, la voluntad extraviada, ¿qué podía esperar de mí? Nada, y eso era un logro, otra vez esperar nada. Comencé a redactar mi rutina de acrónimos: LDC (liquid-crystal display); AVIÓN (appareil volant imitant l’oiseau naturel); LASER (Light Amplification by Stimulated Emission of Radiation); GIF (Graphics Interchange Format); LOL. Los otros países escriben como piensan, y piensan como escriben. Quizá mi lenguaje me dice: ¡quédate, ama tu patria!, quizá mi lenguaje me perturba, me hace tener “masturbaciones mentales”. Ya son las 5:50 horas del domingo y las turbulencias mentales no se marchan, mis palabras y mi ser son un disturbio, somos la revuelta, la insurrección, la sedición inefable, un pronunciamiento precoz.
Despierto del sueño en donde me vi pensando centenares de acrónimos, donde me vi otra vez vivo, antes de la madruga del domingo perturbador día en que morí. Descanso me en paz, así sea.
¡Qué demonios es la perturbación! Es la primera idea que súbitamente salta luego de leer el anterior texto, ¿es sólo el animal racional el ente perturbable?, ¿cuántas veces nos hemos turbado y estratégicamente logramos nuestro cometido? Por ejemplo, en el área del derecho, sabemos que existe la perturbación de propiedad; acción en donde un ajeno o ventajista realiza operaciones ilegítimas para despojarnos de lo nuestro. Pero ¿cuántas ocasiones no hemos sido nosotros mismos perturbadores de nuestro ser, de nuestra propiedad? La misma voz perturbación es inquieta, es un enruedo cual turbante oriental.
De modo más próximo, es desde el latín turbatio: movimiento acelerado o enruedo de algo (como el caso de la prenda turbante; más el prefijo helénico per: alrededor de), desde donde nos viene esta palabra tan agitada. Aquellos que no se quebrantan, son los imperturbables, y aquellos que se doblegan, somos los mortales.
Un altercado nos puede perturbar, pero canalizada la acción de modo correcto nos magnifica, nos recrea, nos humaniza. ¡Dichosos los imperturbables, porque no conocerán la muerte!





