Pilar Torres A.

Cuando uno es joven elige a sus “héroes literarios”, quienes nos acompañarán, en algunos casos, toda la vida. Ya después uno los desmitificará, pero no cuando se es joven.

Me encontré con Vasconcelos a través de un fragmento de uno de sus libros, gracias a una tarea de la prepa. “Ese libro cambió mi vida”, una afirmación que sólo puede sostenerse con la contundencia que uno alcanza cuando se tienen 17 años y un montón de sueños que no siempre tienen pies y cabeza. Porque este autor no es de los que pasa desapercibido, es uno de esos personajes que, más allá de conceptos e ideas, entre sus líneas nos arroja pedazos de su alma. Es uno de esos autores que, como dice su amigo Alfonso Reyes, uno puede tocar con los ojos como si fueran manos.

Resulta hasta cierto punto lugar común la pregunta de si existe o no una filosofía mexicana en general, y si existen filósofos mexicanos en lo particular. En el caso concreto de Vasconcelos, sucede que para quienes le tienen como literato, su literatura es demasiado conceptual, para quienes lo tienen como ensayista, sus ensayos son demasiado líricos, sus discursos muy “filosóficos” y su filosofía muy literaria. Todas estas críticas provienen de una exigencia modernista de rigor y academicismo en el pensamiento filosófico que no encontramos en este autor. Pero desde la perspectiva contemporánea, o al menos desde la ruptura que suponen pensadores como Kierkegaard y Nietzsche frente a la idea anterior, Vasconcelos cumple con el ideal de compromiso con la vida, con el hombre concreto e individual que encuentra o, al menos, busca respuestas ante los acontecimientos y experiencias de la existencia. En una carta que le escribe a su amigo Vasconcelos, Alfonso Reyes sentencia lo siguiente:

“Debo hacerte dos advertencias, mi experiencia de lector me las dicta: Primera. Procura ser más claro en la definición de tus ideas filosóficas, a veces sólo hablas a medias, ponte por encima de ti mismo., no te dejes arrastrar ni envolver por el curso de tus pensamientos. Para escribir hay que pensar con las manos también, no sólo con la cabeza y el corazón. Segunda. Pon en orden sucesivo tus ideas: no las incrustes la una en la otra. Uno es el orden vital de las ideas, el orden en que ellas se engendran en la mente, y otro el orden literario de las ideas, el que debe usarse como un lenguaje universal cuando lo que queremos es comunicarlas a los demás”.

José Vasconcelos intentó toda su vida clarificar el misterio del cosmos y su relación con la existencia humana, con un afán problematizante y, en origen, desde un punto de partida a-filosófico o pre-filosófico. La razón no determina el pensar, sino que está condicionada por la emoción: “La emoción es más radical que pensar, pues no basta pensar, hay que sentir nuestro destino”. Desde el concepto moderno y occidental de lo que es la filosofía, el de José Vasconcelos no es un pensamiento filosófico común, porque apuesta por el individuo; ni riguroso, porque comprende que la existencia del individuo es contradictoria. En ese sentido, puede considerársele precursor de la postmodernidad. No obstante, hay una característica presente en su pensamiento, que le asemeja a la filosofía tradicional. La auténtica filosofía emana de la capacidad de asombro, ante lo que se presenta como inexplicable. Siempre problemática. Aquella para la cual la pregunta es más importante que la respuesta.

Son muchas las cosas que hay que decir y, sobre todo, las que hay que pensar acerca de José Vasconcelos; por lo tanto, cualquier intento biográfico resulta insuficiente. Pues se trata de un hombre que supera su obra misma y todo lo que sobre él se ha dicho. Don José es una de esas personas en las que no se sabe si la predestinación existe o es uno de esos grandes arquitectos de su propio destino. Nuevamente es Reyes quien trae las palabras indicadas refiriéndose a Vasconcelos: “…siempre varonil y arrebatado, lleno de cumbres y abismos, este hombre extraordinario, tan parecido a la tierra mexicana”.

Bien podría afirmarse que luego de su muerte, viene un periodo de largos años, en los que José Vasconcelos permanece casi en el olvido. Con excepción de su autobiografía Ulises Criollo y la Raza Cósmica, sus obras no vuelven a ser editadas, por lo que todo aquel que quisiera estudiarlo a fondo, debía recurrir a las librerías de lo viejo, a los despachos de los abuelos, o tal vez a las bibliotecas que él mismo inaugurara varios años atrás. No solamente es lógico que casi se le haya borrado de la historia oficial, sino que también es preferible que así haya sido. Él no habría deseado aparecer referido en las mismas páginas y bajo los mismos discursos que un Carranza, un Calles o un Cárdenas, a pesar de sus contradicciones siempre presentes. Seguramente hubiera preferido el olvido a la institucionalización histórica, como las que se hacen por decreto presidencial. Sin embargo, aun sin habérsele otorgado el lugar que merecía como intelectual y filósofo, algo del espíritu que anima al vasconcelismo ha permanecido en los murales de San Ildefonso o de la SEP o en el lema de la Universidad, como esperando al fin cobrar fuerza y sentido.

No se escriben biografías sobre José Vasconcelos. Más bien, se evoca al personaje, se piensa al filósofo, se charla con el intelectual, se lee al escritor y al mismo tiempo se conoce al hombre de carne y hueso con tal familiaridad que el lector casi puede tocarlo con los ojos como si fueran manos. No se escriben biografías de José Vasconcelos. En todo caso, se toma como pretexto su vida para pensar en el México con el que soñó y con el que algunos todavía sueñan. Vasconcelos es un hombre de espíritu singular y temperamento apasionado, con una seguridad absoluta de lo que quería y lo que podía conseguir. Convencido de que no hay más límite que el hacer y el pensar, quiso transmitir su convicción y su sueño mesiánico a los mexicanos.

Pilar Torres Anguiano

@vasconceliana

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