Cannes. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo consigue Woody Allen despertar la expectación en el espectador con cada nuevo trabajo, hablar siempre de lo mismo y, además, que le aplaudan? Ésa es seguramente parte de la magia del director de 80 años que hoy volvió a llevarse los aplausos de la crítica en el Festival de Cannes con Café Society.
Allen inauguró la 69 edición del certamen más prestigioso del mundo componiendo un triángulo amoroso entre Kristen Stewart, Jesse Eisenberg y Steve Carrell.
Ambientada en el Hollywood de los años 30, cuando los grandes estudios de cine dominaban la ciudad, y en la querida Nueva York del director, el cineasta consigue dar otra vuelta de tuerca a las relaciones amorosas, el tema que ha presidido toda su obra.
“Siempre he sido un romántico”, aseguró el director, que apostilló enseguida que seguro que no todas las mujeres con las que ha estado comparten esa afirmación.
El cineasta explicó que es un romántico no de la forma que representa Clark Gable, sino en el de enamorado del romanticismo, de los grandes amores del pasado. “He crecido con las películas de Hollywood y eso ha influido en mí”, explicó el cineasta, que en esta ocasión ha mostrado el rostro más romántico de Nueva York.
Y a ello ha contribuido además la cámara del italiano Vittorio Storaro, quien hace brillar todavía más el glamour del Hollywood de la época y convierte memorables el amanecer en Central Park de Nueva York o un atardecer desde el puente de Brooklyn. Y todo ello fluye a ritmo de jazz, como no podía ser de otra forma tratándose de Allen.
En Café Society, Jesse Eisenberg (The Social Network) encarna a un joven judío del Bronx neoyorquino que viaja a Hollywood para encontrar trabajo con ayuda de su tío (Steve Carrell), un directivo de los grandes estudios de Hollywood. Pero todo cambiará cuando conoce a su secretaria (Kristen Stewart), que está enamorada de su jefe.
Allen explicó que quiso rodar la cinta como si de una novela se tratase, pero a su vez ofrece una obra más pausada, sin la habitual sucesión de diálogos ingeniosos y geniales de anteriores trabajos.
No obstante, no faltan perlas, esas frases cargadas de lucidez como cuando la hermana del protagonista le dice que “hay que disfrutar cada día como si fuera el último, porque un día puede ser verdad” o como cuando el narrador (la voz en off de Woody Allen) asegura en otro momento: “La vida es una comedia escrita por un comediante sádico”.
A Allen no le gusta competir, unas películas le salen más redondas, otras no tanto, pero indiscutiblemente sigue atrayendo a la crítica y al público.
Lo único que no le gusta al director es tener que someter su trabajo al juicio de un jurado. Ha presentado una docena de cintas como director en Cannes y tan sólo concurrió por la Palma de Oro en una ocasión (La rosa púrpura de El Cairo, 1986). “No creo en las competiciones en temas de arte, las competiciones son fantásticas en el deporte”, aseguró el cineasta, quien considera que juzgar arte es una cuestión profundamente subjetiva y va contra su sentido común.
El director neoyorquino tiene previsto continuar el frenético ritmo de una película al año mientras el cuerpo responda a pesar de ya haber soplado las 80 velas del pastel.
“Me siento joven”, dijo, “como bien, hago ejercicio, mi padre vivió hasta los 100 años y mi madre hasta casi los 100. Si hay algo de genético en ello, entonces me ha tocado la lotería”, dijo. “Estoy seguro de que un día me levantaré y me habrá dado un infarto cerebral y me quedaré en una silla de ruedas, pero hasta que eso pase seguiré haciendo cine… mientras la gente sea tan loca de invertir su dinero”.
Café Society levanta el telón de la 69 edición de Cannes en la que 21 títulos, entre ellos Julieta, de Pedro Almodóvar, se disputan la Palma de Oro, un galardón que el año pasado alzó el francés Jacques Audiard con Dheepan.





