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Cada quien su mímesis

María del Pilar Torres Anguiano

A veces veo telenovelas y me entretienen. En una de ellas, se ve el caso de una adolescente árabe que vive con sus padres en otro país y se niega a usar el hijab en su escuela, porque no quiere ser la única, pero no tiene mayor problema en portarlo cuando se encuentra en su país de origen. Recordé cuando me cambiaron de colegio a medio año escolar. Tenía 9 años y pasé un par de días muy complicados al ser la única que no llevaba el uniforme de falda escocesa y suéter. Mientras el detalle se resolvía, aquello se sentía como ser la única sin disfraz en una fiesta de halloween; como llegar vestida de jeans a una cena de gala. Una vez uniformada, todo fue más fácil. Cuando la identidad aún está conformándose, uno se incómoda con la idea de verse diferente. De alguna manera, nos mimetizamos con el ambiente. Lo anterior, denota un mecanismo de defensa común en las personas, sin importar la edad; pues no sólo el pulpo mimo, la mantis orquídea o el camaleón son animales miméticos, también lo somos nosotros. Y lo somos en muy diversos aspectos, especialmente en el arte, aquella actividad humana en la que, según los filósofos, se imita a la naturaleza.

Mímesis es la palabra griega que designa esta acción de imitar en su sentido estético. En diversas partes de una de sus obras, la Poética, es posible encontrar indicios claros de que Aristóteles entiende por mímesis una operación mucho más compleja que la de una simple copia. La mímesis es el centro de la representación artística, y como la entiende Aristóteles, se puede dar en tres distintos niveles.

El primero es cuando se representa a las cosas tal como son. Como Win Wenders en su película Historia de Lisboa, que narra la historia de un cineasta obsesionado por ser fiel a la realidad y reflejar al mundo tal cual es; y en su búsqueda, experimenta filmar cargando la cámara en su espalda, para no permitir que su mirada comprometiera a la obra.

El segundo, cuando se les representa como se dice que son. Aquí hay un cierto distanciamiento de la realidad imitada a través del artista. Como en la pintura barroca de Murillo, que recurre a claroscuros para representar la sobriedad y misticismo de Santa Teresa. El artista no necesita haber visto en persona a Santa Teresa en sus momentos de éxtasis, para representarla.

El tercero, cuando se representan como el autor cree que deben ser. Cuando la representación es libre y espontánea. En la escena inicial de la película El Padrino, Don Corleone juega con un gato gris en sus piernas, mientras atiende a un hombre que va a pedirle un favor. Se trataba de un gato callejero que se atravesó mientras rodaban la escena y Marlon Brando decidió aprovecharlo, aunque no estuviera en el guion.

Aristóteles, padre de la lógica y piedra angular de la filosofía occidental, considera que el mejor poeta es el que no altera los mitos tradicionales y es fiel al original. Esta frase de la Poética, podría llevarnos a pensar que el filósofo considera que el artista debe limitarse únicamente a reproducir la realidad. Sin embargo, escribe más adelante que, en lugar de modificar las historias conocidas por todos, es recomendable que el poeta invente o descubra por sí mismo. Así, a diferencia de Platón, Aristóteles no sólo aprueba que el poeta diga cosas falsas o que represente lo imposible, sino que elogia a Homero por su dominio del arte de mentir y crear ficciones: el arte de decir cosas falsas como es debido.

Es decir, más vale algo imposible pero verosímil, que algo posible que no convence. El artista debe transmitir, mediante la mímesis, la sensibilidad que posee; debe hacer lo que sabe, porque en este sentido, el que miente –el artista– está diciendo la verdad.

El énfasis de Aristóteles está puesto en que la obra de arte sea convincente. Convencer es conmover, lograr un movimiento en las emociones de las personas. Por ejemplo, como lo hace la autora de una obra en la que se ve a una mujer alta y espigada que arroja la cabeza de su padre y lleva consigo en un recipiente otros ‘desperdicios’ de la mente, entre ellos, un reloj. La obra se llama Mujer saliendo del psicoanalista, y la autora es Remedios Varo, pintora surrealista.

La estética aristotélica asume que la esfera de lo artístico pertenece al mundo de lo aparente y lo ficticio. Así, la fuerza persuasiva de una obra de ningún modo se reduce al hecho de que lo representado sea posible en la realidad, porque un gran artista nos convence de que los relojes son líquidos, como Dalí o de que caen del cielo hombres con sombrero, como René Magritte. El artista, concluye Aristóteles, sólo será capaz de lograr este convencimiento en el espectador en la medida en que invente por sí mismo, es decir, que parte de la mímesis, pero la trasciende. Así el artista logra, a través de su obra, que el mundo sea como debe ser.

Algunos afirman que a lo largo del día todos representamos uno o varios papeles. En ese sentido, el uniforme escolar del ejemplo que mencionaba al principio, hace las veces de la máscara del personaje, pero –en este esquema aristotélico– podríamos afirmar que en ocasiones es necesario para interpretar la realidad tal como la vemos.

@vasconceliana