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Encomio al estúpido

Luis Ricardo Guerrero Romero

Con una regular frecuencia viajaban por las ventanas de mis vecinos vituperios, improperios e injurias contra el amor. Todas esas ofensas eran emitidas por la joven doncella, de cabello sensual y piernas esculpidas al muy sutil estilo del orden dórico. Muy a pesar de contemplar su belleza, es imprescindible hablar de cómo habla, voces contrarias a ese garbo femenino, voces que hacen honor a la más aguda coprolalia. Una de las frases más usadas por mi hermosa vecina es: estúpido; entender esa expresión aquí del otro lado del muro, muro de interés social donde todo se oye, que insultar a su pareja con ese adjetivo antiquísimo es más una costumbre que un inicio de guerra de palabras que laceran al corazón.

Nunca me he atrevido a preguntarle, el porqué de “estupidizar” a su pareja, pero sí me atrevo a pensar, quién es el verdadero estúpido en esa relación. Ignoro los motivos de sus discusiones, pero no así las razones del enunciar lo estúpido.

Estúpido es una palabra estúpidamente sorprendente, y quienes la emplean de modo arbitrario o caprichoso, no son para nada estúpidos, sino iletrados, lo cual nos ha de parecer más ignominioso. Puesto que, sin dudas quedar anonadado por alguna situación, es más proclive de quien contempla, que de quien ignora la contemplación. Es propio del reflexivo, del pensamiento soñador, de aquel imaginativo con huidizos creativos quedar estúpido. Este adjetivo no es ni mala palabra, ni grosería, ni insulto alguno, este adjetivo es suerte de alguien paciente ante lo efímero, diestro, frente lo insensible.

El estúpido es quien se empapa en el estupor, aturdido por lo maravilloso, asombrado en forma paulatina va entendiendo lo que pudiera aparecer como obvio, estúpido, una palabra que suena fuerte, pero refiere a una reacción lenta. Desde el latín stupidus: extático, pasmado, pero también necio, es como llegó a nuestro lenguaje esta voz. Sería menos agresivo escuchar: eres un extático, maldito pasmado. Pero nuestro lenguaje es un ente que se construye por medio de la costumbre y modos de la mayoría. La mayoría entre esta especie humana son mujeres, a quienes les encanta emitir la palabra estúpido, no obstante, necias en su aplicación más original.

Un mal golpe —o más bien un golpe muy bien dado— nos puede dejar estúpidos, aturdidos, pero, una presencia magnánima, como la de Dios, también nos pondrá en el mismo escenario estúpido. Lo que no nos deja estúpidos es el ritmo increíble de las tecnologías, pues con agilidad entendemos cada nuevo sistema virtual, no obstante, el estupor por los demás, quienes no son virtuales, es lo verdaderamente reprobable. El verdadero estúpido, no sólo leerá estas líneas, pues con paciencia y atónito interpretará cada día mejor nuestro lenguaje, indagará en nuestra habla, discutirá nuestro idioma. A mi vecina le vendría bien un repaso de fenómenos semánticos de nuestra lengua, por alguien como yo, un estúpido que, como Dios, me he quedado boquiabierto ante la creación humana y su maravillosa Babel.