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Julio Hernández López

No es incongruente que el diputado Porfirio Muñoz Ledo esté convertido en un vigoroso opositor a las medidas que el gobierno estadunidense ha ido imponiendo al mexicano en materia migratoria, en específico al vergonzoso tramo reciente mediante el cual se nos convierte en virtual tercer país seguro.

El longevo político, que ha pasado por casi todos los partidos importantes del país (como militante en el PRI, fundador en PRD y Morena, y gozoso beneficiario de administraciones panistas) y que no ha dejado de ocupar durante décadas cargos importantes en las nóminas gubernamentales y partidistas, está reivindicando el “nacionalismo revolucionario” que de alguna manera podría entenderse como la ideología de un partido de pragmatismo extremo como ha sido el Revolucionario Institucional (un pragmatismo priista que incluía los discursos feroces e incendiarios y la proclividad a atemperarlos o contradecirlos cuando había negociaciones o cesiones desde el poder en turno).

Dicho “nacionalismo revolucionario” permitió a los gobiernos priistas sobrellevar las presiones de potencias extranjeras mediante malabares “izquierdistas” o “progresistas” con cargo a otros países (España, Cuba, Chile, Nicaragua, como ejemplos). Candiles de Latinoamérica y otras  partes del mundo e institucionalizada oscuridad en la casa.

Tal posicionamiento táctico se ha perdido de manera estrepitosa en unas semanas, ante el amago criminal de Donald Trump de imponer aranceles a productos mexicanos, lo cual puso en jaque al proceso de reformismo mexicano autodenominado Cuarta Transformación. Para que no se dejara caer la guillotina estadunidense, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador hubo de agudizar su sometimiento a los dictados de Washington, mediante “negociaciones” (cuyo contenido total no se conoce aún) encabezadas por el canciller Marcelo Ebrard.

Ambos políticos, López Obrador y Ebrard, han ido dosificando la revelación de los términos de este acuerdo, bombardeándolo con retórica pero abatidos ante la contundencia de los hechos: México ha militarizado su frontera sur (la Migra 4T), ha cambiado de forma diametral su política hacia los migrantes provenientes de Centroamérica (de los “brazos abiertos” prometidos por AMLO, a la persecución y la deportación en caliente) y ya ha sido declarado “país seguro” por Estados Unidos, en sus nuevas reglas para la petición de asilo, digan lo que digan México, sus diplomáticos y sus gobernantes.

Así como las palabras de la marca 4T se han vuelto vacuas ante la realidad del deplorable giro en materia migratoria aceptado por México, en Baja California se estrellan los discursos legaloides y “patrióticos” ante la evidencia de que el gobernador electo para ejercer durante dos años, Jaime Bonilla Valdez, se empecina, al igual que una parte de Morena, acaudillada por la saliente Yeidckol Polevnsky, en apropiarse tres años más de la máxima silla del gobierno norteño.

Bonilla es hechura de la voluntad política de López Obrador y no parece tomar nota de la vergüenza que, por lo declarado recientemente a la prensa, afectaría al tabasqueño si tuviera que convalidar una decisión como la puesta en marcha en Mexicali. Al contrario, Bonilla, Polevnsky y otros personajes relevantes del morenismo pretenden encaminarse a la zona de refugio de una legalidad retorcida que les permitiría allegarse los tres años extra de gobierno. La posibilidad de extender un periodo de gobierno mediante argucias procesadas en congresos con mayoría aritmética a modo, controlada o abiertamente comprada, genera preocupaciones en quienes temen que sea una forma exploratoria de variantes en otros niveles de poder, más allá de que los hipotéticos beneficiados por esas maniobras estén buscando o no tales extensiones de periodos de gobierno.

Mientras tanto, el enamorado Enrique Peña Nieto sigue gozando de la vida en el extranjero. Ayer se difundió en una revista “del corazón” una fotografía en la que se muestra el ramo de rosas que regaló a su novia al salir de un restaurante en España. El exocupante de Los Pinos, tan campante.

Felipe Calderón Hinojosa cree haber encontrado el momento propicio para arreciar la recolección de apoyos para su partido familiar, llamado México Libre. Aún cuando ha sido poco exitoso lo alcanzado hasta ahora, con enormes dificultades para conseguir los mínimos necesarios para que cada sesión cuente formalmente para alcanzar el registro partidista, Calderón se muestra engallado, retador e incluso desmemoriado: un video que ha tenido amplia difusión en internet lo muestra enumerando las razones por las cuales a su entender México no es libre y él, Calderón, y su partido, están llamados a liberarlo.

Como si no hubiese sido él quien hundió al país en ríos de sangre que aún continúan, ensanchados, Calderón se quejó durante un mitin de la inseguridad pública y la violencia que se viven en el país entero. Mencionó con detalles el sufrimiento de los mexicanos en la actualidad, haciendo a un lado que fue él quien desató una irresponsable “guerra contra el narcotráfico” que multiplicó los problemas y abusos que ahora resultan muy difíciles de frenar, sumido México en una barbarie de la que ahora uno de sus principales creadores nos ofrece liberarnos.

Y, mientras en las alturas del poder federal, en especial en ciertas secretarías, se preguntan hasta dónde llegarán los ánimos justicieros de la “superioridad” contra personajes bajo sospecha o acusaciones abiertas de actuar bajo conflictos de intereses (Alfonso Romo y Carlos Lomelí, en cada caso), ¡hasta mañana, con el extraño caso del secretario de seguridad pública de la Ciudad de México, Jesús Orta, quien envió por internet y por equivocación, según luego explicó, un mensaje intimidatorio al periodista especializado en asuntos policiacos, Carlos Jiménez!

Julio Hernández López
Julio Hernández López
Autor de la columna Astillero, en La Jornada; director de La Jornada San Luis.