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Miedos, angustias y otros satélites naturales. Primera parte.

Pilar Torres Anguiano

Me tienes en tus manos[1]
y me lees lo mismo que un libro.
Sabes lo que yo ignoro
y me dices las cosas que no me digo.
Me aprendo en ti más que en mí mismo.
Eres como un milagro de todas horas,
como un dolor sin sitio
Jaime Sabines

Anoche ya no había arroz ni frijoles en el súper. Largas filas en las gasolineras. Agandalle por los Lysol y los rollos de papel sanitario. Y de intentar encontrar una botella de gel antibacterial en algún maldito lugar, mejor ni hablamos.

Además de mis propios miedos, no sé si lo que más experimento es fobia hacia los abusivos que acaparan todo lo que pueden; pánico por la irresponsabilidad de los “no pasa nada…”; angustia por los discursos apocalípticos; o terror de que, materialmente, a todo se lo lleve el diablo. ¿De dónde proviene eso que tanto nos domina?

Se juntaron el hambre y las ganas de tragar. En las compras de pánico y en la especulación. En la carroñería política y en la desesperante tibieza. Es triste, pero esa metáfora resulta hoy, insoportablemente atinada.

Fobos, Pan, Angeronia, Deimos… fobia, pánico, angustia, terror… distintos dioses de la antigüedad para designar eso que, en días como estos, flota en el ambiente.

Como se habrán dado cuenta quienes me han hecho el favor de leer estas columnas, tengo dos aficiones, a veces, un tanto irritantes: etimología y mitología. No pretendo usarlas como si fuera argumentos científicos o contundentes, sino como recursos que, a mi juicio, nos aportan luces para interpretar un poco el desarrollo de los conceptos que las palabras designan y los mitos adoptan… Ahí les va:

Fobos y Deimos, hermanos gemelos, están asociados con las batallas violentas. Fobos, el miedo, representado con una cabeza de León; aparecía en las guerras, antes de cada batalla, ocasionando que algunos soldados huyeran. Después llegaba Deimos, el terror, ocasionando que quedaran paralizados. Y es verdad, toda guerra no viene sola, sino flanqueada por el terror y el miedo, que llegan para instalarse.

De la diosa Angerona, antiguo culto espartano-romano, es difícil construir una noción definida. Es ambigua y confusa, como las fuentes que tenemos sobre ella, pero no menos fascinante. Como en ocasiones es representada con la boca sellada, se le relaciona con el silencio. También se le considera una deidad que no solamente produce la angustia, sino la alivia. Se cree que su estatua estaba en el templo de la diosa del placer, lo cual, probablemente implica la paradoja de que uno induce a la otra (¿o a ustedes no les ha pasado que, cuando la están pasando muy bien, a veces nos asalta una sensación de angustia de que lo bueno se acabe?).

Así mismo, es probable que haya una relación etimológica entre Angerona y la palabra angustia (y, obviamente, con sus derivaciones). Sentimos angustia, ese temor opresivo sin causa precisa, sobre lo incierto, lo indeterminado. Aquí lo cierto y lo determinado es que, sin ella, probablemente nuestros miedos serían un poco más soportables.

El término pánico, se refiere a lo relacionado con el dios Pan. Es un estado de miedo intenso, colectivo y contagioso; dicen aquel dios, lo infunde en las personas. Ellas huyen de él; pero ágil, astuto y silencioso, Pan se anticipa. Nunca deja de sorprendernos la gran habilidad que tiene para inspirar el terror repentino.

Como Pan a las ninfas del bosque, el pánico nos persigue y penetra. Como sabemos, su representación como un macho cabrío fue adoptada en la edad media para referirse a satanás. Nada más efectivo que la iconografía satánica con vestigios de Pan para la retórica del miedo. Y es que, los miedos, como los demonios, nos poseen, nos tienen en sus manos, nos leen igual que un libro y que me perdone Sabines por manosear sus letras.

Los miedos que no gestionamos saben lo que ignoramos. No es para menos. Hay mucho de por medio. Así son los miedos. Desordenan la vida cotidiana.

Detrás del fenómeno de las compras de pánico, no solo se oculta Pan, están todos los demás dioses tutelares de los miedos: hay algo de fobia, un tanto de angustia, un poco de terror, de incertidumbre y, sobre todo, de egoísmo. En las crisis estamos emocionalmente decaídos. Por miedo nos cerramos y queremos abarcar, acaparar, apresar.

Por cierto, Fobos y Deimos también son los nombres de dos lunas, o satélites naturales, que acompañan al planeta Marte, en su órbita alrededor del sol. Del mismo modo aplica para los mortales en nuestro tránsito alrededor de la estrella madre. Especialmente en estos días de crisis.

Parece ser que hoy más que nunca, como diría Foucault, el mercado es el regulador de la sociedad. Las crisis desatan los miedos y sacan lo peor de nosotros; pero también lo mejor. Desde el político que reparte bolsitas de gel antibacterial con su nombre y logo del partido al que pertenece, hasta los vecinos que se organizan para armar despensas para apoyar a los que no pueden abastecerse de lo necesario.

Hay un proverbio árabe que dice: “Si tomas un poco de arena y la mantienes en tu mano cerrada, no obtienes más que un puñado de arena. Pero si abres la mano, entonces estás dejando que toda la arena del desierto fluya por entre tus dedos”. Tengámoslo en cuenta.

@vasconceliana

[1] Aplica también para la angustia.