Participación ciudadana… en serio.
18 septiembre, 2015
S.O.S sospecha
18 septiembre, 2015

¡Que reviva México!

Ignacio Betancourt

E l famoso grito con que acostumbramos celebrar el 15 y 16 de septiembre bien podría ser sustituido por este otro: ¡Que reviva México! es decir, que vuelva a vivir, pues el trágico gobierno actual lo tiene al borde de la muerte. Sí, ¡que reviva México! el de los ciudadanos, no el de los gobernantes, el país de quienes lo construyen cada día, no el de quienes cada día lo destruyen. Gritar que ¡viva México! en las condiciones en que actualmente se encuentra el país resulta una especie de cruel ironía pues el país de las llamadas reformas estructurales es un México que no debería seguir viviendo si la impunidad es su naturaleza y lo corrupto su respiración, el ¡viva México! se vuelve entonces una forma de traición a los intereses ciudadanos, ese grito pueden emitirlo con toda propiedad los gobernantes que confunden folklore con depredación, los mexicanos humillados no deberían gritar junto con la burocracia depredadora pues el México de ellos no es el de los ciudadanos, bien claro lo dijo a principios del siglo XX Ricardo Flores Magón.

Y pasando a otro “folklórico” tema me refiero al comercio ambulante y a las lamentaciones de muchos que lo ven como algo insoportable. Resultan sorprendentes las descalificaciones de algunos respecto a la presencia de vendedores en las calles, consideran que afean los lugares e incluso llegan a proponer que los desparezcan, verdaderos fascistas encubiertos sugieren su eliminación sin percatarse de que sólo están reaccionando a una consecuencia, sin detenerse a pensar en las causas, es decir que tales reclamos sólo exhiben una ignorancia mayúscula sobre el problema. Resulta obvio que antes del repudio al comercio ambulante habría que preguntarse por qué existe; ¿cuándo? los “esteticistas” que proponen su desaparición se han preguntado ¿por qué prolifera la venta en las calles?

Si se pudiera pasar de la superficie al fondo, de lo perceptible a lo oculto, habría que pugnar por la creación de empleos suficientes y bien remunerados, de esa manera los airados reclamos se tendrían que dirigir a empresarios y gobernantes incapaces de generar suficiente oferta laboral. Si se lograra la anulación de los malos gobernantes y de los malos empresarios una de las consecuencias inevitables sería la desaparición del ambulantaje. ¿Por qué algo tan comprensible en cualquier elemental razonamiento no aparece en el campo visual de quienes repudian a los vendedores callejeros? La perniciosa costumbre de juzgar a partir de lo externo y no de lo causal no sólo es una manifestación de ignorancia (incluso en supuestos ilustrados), sino parte del aparato ideológico que sostiene las infamias haciéndolas pasar como acontecimientos naturales; resulta un mecanismo idéntico al de aquel comportamiento que aspira a resolver la inseguridad sólo con policías y soldados mientras desempleo e injusticia permanecen radiantes.

Ahora, volviendo al hebdomadario-consuetudinario y cavernario-temario de la cultura promovida por el Estado y su nefasta burocracia, se denuncian las agresiones de la Secretaría de Cultura contra el Centro Cultural Mariano Jiménez utilizando a las tres secretarias que a dicho lugar asisten para justificar el cobro de sus quincenas por no hacer nada, salvo lo que sus “jefes” les ordenan: el permanente boicot a las actividades que hace casi un año realizan en dicho Centro el Colectivo de Colectivos, una organización ciudadana constituida por artistas y académicos independientes quienes lograron impedir la desparición del mencionado lugar, el que de diversas maneras intentan aniquilar los burócratas de la Secult.

La más reciente agresión de las secretarias adscritas al Centro (aparte de los ataques de quienes actuando de manera encubierta realizan cotidianamente) además de oponerse sistemáticamente a atender a quienes requieren los servicios del Colectivo de Colectivos consistió en, contraviniendo toda normatividad, no recibir un oficio en donde el Colectivo de Colectivos simplemente solicitaba información. Los integrantes del Colectivo de Colectivos advierten a los usuarios del Centro y al público en general estar atentos a cualquier agresión que la Secult pueda intentar en la actual coyuntura (el cambio de administración) contra los ciudadanos que han tomado en sus manos el funcionamiento del Centro, preservando de esta manera el uso del mismo en beneficio de la ciudadanía.

Del libro Crónicas de Agua Señora: la intimidad de un despojo, escrito y publicado por habitantes de la comunidad de Agua Señora perteneciente al municipio de Mexquitic de Carmona del estado de San Luis Potosí afectada por la construcción de una carretera que gobierno y empresarios construyeron sobre las propiedades de muchos de sus habitantes, con la consecuente destrucción de su cultura, su cotidianeidad y una enorme cantidad de plantas y animales del entorno; de los textos que integran el mencionado libro va un fragmento de lo escrito por Eusebio Romero, uno de los seis autores: Caminaba mi abuela a diario unos cuatro kilómetros para llegar al Xoconostal, lugar en donde los magueyes la esperaban para que ella sacara el aguamiel. Señora de pocas palabras iba siempre cargando en sus hombros un cántaro de veinte litros en donde recolectaba su aguamiel, trabajo muy difícil aquí en el campo, pero tenía que hacerlo pues sus seis hijos tenían que comer. Doña Agustina se llamaba, señora de carácter fuerte, no tenía pelos en la lengua cuando hablaba, aunque era persona inocente, trabajadora, sencilla y recia, nos hacía reír cuando nos platicaba sus aventuras, nos contaba su niñez tan difícil, y de su adolescencia. Doña Agustina ¿dónde estás, para que vengas a mentarle la madre a estos cabrones de la carretera?

Mi mamita. Le decíamos palabras de cariño, de sus nietos. ¡Ah! Es que mi abuela también pastoreaba sus cabras y sus borregos. ¿A dónde creen que iba con su ganado? Al Xoconostal ¿a dónde más? Ella cuidaba mucho ese lugar ya que ahí también estaban las milpas que producen el maíz y también tenía una que otra planta de durazno. Mi abuela le llamaba el Chorréo a ese lugar ya que cuando llovía mucho el lugar se inundaba, pero qué bello era todo eso.